Menos dramatismo, por favor (y 2)

No se puede dejar que pase el tiempo y hacerse el ‘tancredo’ fumándose un puro

04 septiembre 2017 11:04 | Actualizado a 04 septiembre 2017 11:05
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Me temo que sea ya tarde para corregir el rumbo que han tomado las cosas y encarrilar la marcha de esos trenes que, como apuntaba Eduardo Mendoza en recientes declaraciones, descarrilaron hace tiempo. De ahí que ese anhelo de desdramatización que expresaba yo al principio en mi artículo de ayer pueda acabar convirtiéndose en un lamento por el estado de cosas al que se ha llegado, el que le produce a mucha gente frustración, indefensión y sentimiento de ser engañados. Pero por si sirven para algo, aquí van estas consideraciones contra el dramatismo y a favor de la moderación, aplicables, creo yo, tanto a unos como a otros, en un ejercicio de pretendida equidistancia:

a) Sería deseable, en primer lugar, dejar de anatematizar al adversario. Legalmente, de momento, todos somos ciudadanos españoles y tan respetables son las ideas unionistas como las propuestas separatistas, en el ejercicio asimismo respetable de la libertad de expresión. Por eso, resulta cuanto menos chocante que a la hora de pactos y alianzas, necesarios para llegar a grandes consensos, se pongan vetos y trabas a según qué aliados, haciendo caer todo tipo de vilipendios sobre los que, por ejemplo, se atreven a pactar con independentistas o, por ejemplo, sobre los que se dignan acercarse a grupos conservadores españolistas. Ni los unos son el mismísimo diablo, ni los otros deben ser estigmatizados y excluidos de todo acuerdo. Y por, supuesto, igualmente respetables son las propuestas alternativas que puedan abrir una brecha dinámica ante tanta polarización estática.

b) Relacionado con lo anterior, sería muy conveniente, a la vez que necesario, estar abiertos (me refiero a gobernantes, políticos, medios de comunicación, ciudadanos en general) a que se pueda plantear (y debatir) cualquier opción para resolver el conflicto y asumir sus consecuencias de forma responsable. Lo cual implica no declarar a priori que ciertos temas son tabú y sobre ellos no hay nada que hablar (la unidad de España, la igualdad de los españoles, lo que atenta a la Constitución o, desde el otro lado, la irreversibilidad del procés o la firmeza de la escisión unilateral, el «sí o sí»). Claro que se puede hablar de cualquier tema y contemplar escenarios posibles con cierto detalle y de forma comprometida. No es de recibo que hasta ahora y, con todo lo que se ha encomiado el diálogo y la negociación, todavía no se haya abordado abiertamente el tema, por ejemplo, de cómo sería el sistema de seguridad social (asistencia sanitaria, pensiones, etc.) en una Cataluña independiente, o en qué condiciones se podrían integrar social y políticamente todos aquellos catalanes que, residiendo y «contribuyendo» en Cataluña, no quisieran la separación de España y, por tanto, renunciaran a la nueva nacionalidad catalana. O qué pasaría con los nacidos en Cataluña que residen fuera, tanto en otros territorios de España como en el extranjero. O, por el otro lado, y en el caso de mantenerse unidos a España, qué elementos de integración cabría ofrecer a los independentistas.

c) En tercer lugar, y aunque ya me he referido a ello, conviene insistir en la posibilidad de un referéndum precisamente como medida antidramatismo. Si hubiera un mínimo de buena voluntad y de apertura mental, se buscaría entre todos la fórmula legal que lo hiciera viable, ya que, hoy por hoy, creo que sería probablemente el único punto de encuentro para superar el conflicto. No puede ser que se mantengan esas dos posturas tan cerradas sobre este tema y, nada menos, que representadas por los dos grandes bloques enfrentados: el unionista, autodenominado a veces «constitucionalista» (PP-PSOE-C’s), que se niega a todo referéndum, y el soberanista/independentista (JxSí y la CUP), que se obstina en que lo haya de cualquier forma, fuera de la legalidad vigente, y sin ninguna garantía. Habrá, por supuesto, que negociar las condiciones y buscar la manera de abreviar los plazos, para no tener que esperar a cambiar la Constitución, pero sin escatimar información y discutiendo hasta las últimas consecuencias de los posibles resultados. Y sobre todo, habrá que superar los prejuicios de un lado y de otro, o las objeciones fútiles como la de que eso sería como abrir la puerta para que lo puedan pedir otros (¡pues que lo pidan!) o la de que es un atentado contra la igualdad de los españoles (que ya, de entrada, no son iguales, y sirva de ejemplo el caso vasco-navarro o el de las comunidades isleñas).

Reconocer la pluralidad/diversidad de los pueblos de España, y la igualdad de todos en los derechos fundamentales, no equivale a mantener unidos a la fuerza a aquellos que no quieran estar dentro, ni a imponer la separación/desconexión a la fuerza a los que no quieran separarse. Pero sí que equivale a hacer todo lo posible por escuchar a todos y atender a lo que manifieste la mayoría de los ciudadanos. No se puede dejar que pase el tiempo y hacerse el «tancredo» fumándose un puro (el gobierno de Rajoy) contemplando el espectáculo de una carrera loca hacia no se sabe dónde (el gobierno de Puigdemont). 

La situación es crítica y apurada. Pero algo habrá que hacer con urgencia para liberarse de esta pesadilla (que tanto desgaste ocasiona) y poder atender de forma decidida a los temas que realmente preocupan a los ciudadanos y que sí les plantean a veces situaciones verdaderamente dramáticas.

[Este artículo se escribió poco antes de los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils, pero el autor ha preferido posponer su envío a Diari de Tarragona por la prevalencia informativa de lo que sí ha constituido un auténtico suceso dramático, aunque con la vergüenza añadida de ver cómo hasta esto se ha instrumentalizado políticamente.]

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