Negacionistas

Las estadísticas sugieren que en pocas semanas podemos sufrir una nueva crisis sanita-ria, que obligue a reimplantar las restricciones ya superadas, y que impida la apertura de los colegios, creando un problema educativo y familiar difícilmente resoluble

23 agosto 2020 10:57 | Actualizado a 23 agosto 2020 11:04
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Desde la irrupción invernal del coronavirus en los países europeo, la forma de afrontar esta amenaza ha resultado sumamente controvertida. Algunos países optaron por la búsqueda rápida de la inmunidad colectiva (Suecia, Gran Bretaña), otros por el despliegue de una amplia gama de restricciones generales (España, Italia), otros por la réplica de modelos asiáticos contrastadamente exitosos (República Checa), etc.

Esta divergencia de criterios ha alimentado las dudas sobre cuál es la mejor estrategia para responder a este reto, un debate que en ocasiones incluso se ha extendido a la propia naturaleza de la pandemia. Las suspicacias frente al relato oficial, amplificadas por el cuñadismo y las fake news, han ido consolidando una versión paralela sobre la realidad, que ha terminado convirtiéndose en un movimiento de resistencia más o menos coordinado que comienza a inquietar a los responsables sanitarios.

El pasado fin de semana pudimos comprobar empíricamente este fenómeno, cuando un grupo de negacionistas decidieron mostrar públicamente su total disconformidad con la categorización y la respuesta gubernamental respecto de la actual crisis sanitaria. Entre 2.500 y 3.000 participantes, según fuentes de la Delegación del Gobierno de Madrid, se concentraron en la céntrica plaza de Colón para protestar contra el uso obligatorio de mascarillas, y para firmar un manifiesto «contra la falsa pandemia», donde se cuestiona la veracidad de las PCR y se niega la capacidad de contagio de los asintomáticos.

Durante el acto, fueron muy variados los eslóganes coreados por los manifestantes («queremos ver el virus», «bote, bote, bote, aquí no hay rebrote», «libertad», «lo que mata es el 5G») y las declaraciones de los participantes («para estar sanos tenemos que vivir», «no quiero que mis hijos crezcan con miedo a una mentira creada por el Gobierno», «el número de muertes que hemos tenido no justifica que se pare la economía del país»). Sin duda, la heterogeneidad de estos mensajes demuestra el carácter poliédrico de este movimiento. Entre los variopintos perfiles que pueblan este peculiar magma, que frecuentemente se entremezclan y retroalimentan, propongo diferenciar cinco categorías fundamentales: negacionistas pseudocientíficos, conspirativos, partidistas, interesados y aneuronales.

En efecto, por un lado, tenemos a quienes rechazan frontalmente las conclusiones médicas alcanzadas hasta la fecha por lo que ellos denominan la «ciencia oficial». A la cabeza de este sector podemos encontrar a personajes como el activista Josep Pàmies, presente en la manifestación madrileña. Este agricultor antivacunas sostiene que el coronavirus no tiene por qué preocuparnos, puesto que es fácilmente combatible con el MMS, un desinfectante que el leridano afirma utilizar para curar el ébola, el cáncer, la diabetes, el autismo y la depresión. De traca.

En segundo lugar, y muy vinculado con los anteriores, aparece ese creciente colectivo de individuos DMAX que desconfían de todo lo razonable y confían en todo lo extravagante. Sus procesos mentales se caracterizan por convertir las cuestiones complejas en simples y las simples en complejas. Como estandarte de este grupo tenemos a Miguel Bosé, que nos previene ante la amenaza de que Bill Gates aproveche la vacuna coronavírica para inocularnos un chip controlador, que desplegará todo su poder de sometimiento social en cuanto se activen las redes 5G.

Por otro lado, no debemos olvidar a ciertos sectores del populismo ultraconservador, que están intentando pescar en aguas revueltas. Una parte significativa de las bases de Vox tienen tendencia a creer cualquier desvarío que deje en mal lugar a la Moncloa, y algunos estrategas de este entorno no han querido desaprovechar la oportunidad para movilizar a sus camisas pardas contra un ejecutivo de comunistas totalitarios y pérfidos separatistas. Ortega Smith todavía no ha dicho nada sobre el chip, pero le falta poco.

En cuarto lugar, aparecen los negacionistas interesados. Representan el paradigma del ultraliberalismo que pone el beneficio económico personal por encima de cualquier otra consideración. Están dispuestos tanto a defender la lejía de Josep Pàmies como a dar credibilidad a la conspiración de Bill Gates, con tal de que les dejen abrir sus negocios sin limitaciones. Valga como ejemplo la perorata que pronunció Carmen Polo (tranquilos, no ha resucitado, es otra), representante de Stop Confinamiento España, durante la concentración de la plaza de Colón: «Por 8.000 ancianos que se han muerto, está parada la economía de un país». Nauseabundo.

Por último, tenemos a aquellos que no niegan la amenaza sanitaria con argumentos, por muy disparatados que sean, sino con sus simples acciones. No cuestionan la peligrosidad del virus, ni dudan de la estrategia emprendida por el Gobierno. Simplemente les da igual, organizan botellones en las playas, se abrazan con el primero que encuentran, y se ríen de quienes respetan las normas, a quienes reprochan no saber disfrutar de la vida. Les gusta ir de rebeldes. O ni siquiera eso. No tienen seso ni siquiera para planteárselo. Según las autoridades sanitarias, este colectivo es el principal responsable de los actuales rebrotes, un diagnóstico que confirma la vieja máxima: no hay nada más peligroso que un tonto proactivo.

Este excéntrico muestrario de nuestro escaparate social podría ser una simple y divertida anécdota berlanguiana, si no fuera porque pone en serio peligro nuestra salud colectiva. Las estadísticas sugieren que en pocas semanas podemos sufrir una nueva crisis sanitaria, que obligue a reimplantar las restricciones ya superadas, y que impida la apertura de los colegios, creando un problema educativo y familiar difícilmente resoluble. Además, las descerebradas argumentaciones de estos grupos ponen en un brete a aquellos que sí tienen dudas concretas y razonables sobre determinadas medidas tomadas por el Gobierno. Como decía Leonard Cohen, «a veces uno sabe de qué lado estar simplemente viendo quiénes están del otro lado».

Dánel Arzamendi Balerdi. Colaborador de Opinió del ‘Diari’ desde hace más de una década, ha publicado numerosos artículos en diversos medios, colabora como tertuliano en Onda Cero Tarragona, y es autor de la novela ‘A la luz de la noche’.

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