No podemos bajar la guardia

De ningún modo lograrán los terroristas de cualquier pelaje desviar nuestros deseos de vivir en paz y libertad

22 agosto 2018 10:33 | Actualizado a 22 agosto 2018 10:36
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La advertencia policial de que seguimos bajo la amenaza yihadista quedó de nuevo ratificada ayer con el ataque a la comisaría de los Mossos d’Esquadra de Cornellà perpetrado por un hombre de nacionalidad argelina que irrumpió en las dependencias policiales armado con un cuchillo de grandes proporciones mientras mencionaba a Alá y lanzaba otras expresiones que no pudieron ser descifradas. El terrorista fue abatido antes de que pudiera causar daño a los agentes de las dependencias policiales. Por cuestión de horas el efecto propagandístico de la acción terrorista ha quedado amortiguado. La misma acción, llevada a cabo el 17 de agosto coincidiendo con el primer aniversario de los atentados de Barcelona y Cambrils, habría obtenido una notable repercusión mundial que nos hemos podido ahorrar. Ello consuela sólo en parte porque la cruda realidad es que el fanatismo ideológico que extiende el yihadismo sigue causando dolor y desasosiego en todas partes del mundo, empezando -y no debemos olvidarlo- por los propios países árabes. Es cierto que el terror que pretende sembrar el autodenominado Estado Islámico busca golpear de forma reiterada en ciudades de renombre. El hecho de haber sufrido un atentado no exonera de los riesgos de volver a padecer un ataque, sino todo lo contrario. Razón de más para esmerar las medidas de defensa y no bajar en absoluto el nivel de alerta terrorista, situado en estos momentos en cuatro sobre cinco. Lamentablemente, como ha sucedido en otras sociedades de países en conflicto, tendremos que acostumbrarnos a convivir con las medidas de seguridad por nuestro propio bien. Bolardos, agentes con armas largas en lugares estratégicos, chalecos antibalas en los uniformes de los policías y cuantas medidas sean recomendables para abortar cualquier intentona de los terroristas suicidas son medidas que acabarán integradas en nuestro paisaje cotidiano hasta que los fanáticos desistan de sus inútiles pretensiones. De ningún modo lograrán desviar nuestros deseos de vivir en paz y libertad.

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