Otra tragedia en el mar

De noche, con la mar en calma y en silencio. En un silencio respetuoso, pero también denso, áspero, trágico. Un silencio que ni siquiera rompen los policías, bomberos, miembros de Cruz Roja y el personal de varias ambulancias que esperan en vano, porque no hay supervivientes. Todos aguardan callados.

Así recibió en la madrugada de ayer el tinerfeño puerto de Los Cristianos el cayuco con los cuerpos de los 24 inmigrantes fallecidos en alta mar en lo que es la mayor tragedia de la que se tiene constancia en Canarias desde agosto del año pasado, cuando la Guardia Civil localizó otra barca similar con quince cadáveres a bordo a unos 200 kilómetros al sur de Gran Canaria. Porque la de ayer es la más reciente, pero no es la primera y mucho me temo que no será la última tragedia que tiene como protagonistas a gentes que huyen de la guerra y la miseria de sus países en busca de una vida. De hecho, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estiman en 200 el número de personas que han fallecido en el mar este año a lo largo de la ruta hacia las Islas Canarias y el Mediterráneo.

Sí, son muchas muertes. Demasiadas. Y, sin embargo, no podemos a acostumbrarnos ni normalizarlas. No podemos torcer la mirada como si la cosa no fuera con nosotros. Urge buscar soluciones de forma coordinada entre todos los actores internacionales, regionales y locales para frenar esta sangría. Sin perder más tiempo ni más vidas. Se trata de un problema político, pero, ante todo, es una crisis humanitaria que resulta insoportable e inaceptable.