Pillados en el paraíso... fiscal

Complejas marañas societarias han sustituido el dinero oculto en maletas

19 mayo 2017 19:42 | Actualizado a 21 mayo 2017 20:33
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Poco imaginaban que un hacker iba a acabar siendo su perdición. Sobre todo porque muchos ni siquiera sabían qué era eso cuando decidieron ponerse en contacto con aquel despacho panameño, recomendado por no recuerdan muy bien quién. Se lamentan, claro está, cuantos van apareciendo por haber decidido poner intereses y patrimonio lejos de la indecorosa mirada de su particular fisco, ante el que ahora les va a tocar explicar cuánto, cómo y por qué. Habrá que ver si podrán.

Entre los nombres que se están conociendo estos días se puede encontrar de todo: cantantes, actores, deportistas, políticos, títulos nobiliarios... y a saber qué falta por conocer. Hay poco distingo entre conservadores y progresistas, con la presunción de que más de uno debe estar arrepintiéndose de haber impartido dosis moralina solidaria, reclamado honradez ajena y presumido de lo que no podía presumir.

¡Malditas hemerotecas! se ha oído exclamar a más de uno, cuando los siempre impertinentes memoriones han rescatado pasadas declaraciones de los ahora pillados que, visto lo visto, dan para sonrojarse o algo más.

Lógicamente, las sucesivas revelaciones tienen su morbo, pero hay que entender que algunas indignen más que otras. No tanto por la presumible legalidad o ilegalidad de su conducta, cuanto por la presunción o el deber de ejemplaridad exigibles, que algunos incluso se atrevieron a exhibir.

Ninguno de los que aparecen en las listas ha faltado de momento a la costumbre de asegurar que todo ha sido legal, aunque existen indicios de que en algún caso ha mediado haberse acogido a la reciente regularización. Deberían, no obstante, ser conscientes de que no merecer sanción penal o tributaria no exime de recibirla del resto de la sociedad.

Las particularidades de Panamá, más allá de su archiconocido y recién ampliado Canal, no son novedad. De antiguo solía ser recomendado como territorio para ubicar actividades «discretas», con la ventaja, en estos lares, de además poder comunicarse en español. Forma parte, desde hace décadas, de la larga lista de los llamados paraísos, acaso con menos glamour que los ubicados en exóticos archipiélagos, pero con igual o mayor concentración de entramados societarios difíciles de desentrañar.

La utilización de sociedades encadenadas para eludir el control de fortunas y patrimonios supera con mucho la simple práctica de colocar dinero en una cuenta bancaria cuya opacidad se entiende garantizada. La añeja y un tanto pedestre costumbre de ingresar una maleta con billetes en un banco suizo lleva tiempo sustituida por procedimientos de ocultación mucho más sofisticados, sin perjuicio de que el dinero acabe situado en Bahamas, Caribe o las más cercanas islas del Canal. La lista de candidatos es muy extensa y, con diversas variantes y especialidades, incluye lugares no precisamente tropicales como Suiza, Singapur, Gibraltar, Andorra, Luxemburgo, Lienchestein o Delaware (Estados Unidos), por no citar más.

El volumen de riqueza que no tributa como el resto de los mortales es, como la economía sumergida, difícil, por no decir imposible de cuantificar. Pero no faltan cálculos estimativos que concluyen que supone ya un porcentaje inquietante a escala mundial. Todo un reto, sin duda, para la sostenibilidad fiscal de la mayoría de economías, ante el que no han faltado pomposas declaraciones de voluntad de poner coto a los enclaves dedicados a la industria de la opacidad.

La sensación dominante, sin embargo, sigue siendo que será un fenómeno difícil de erradicar ¿por falta de auténtica voluntad? Contribuye a ello que lo poco que se va conociendo sea por filtraciones y no por suministro voluntario de datos, sea oficioso u oficial. Aun siendo cierto que se ha hecho algo para reducir el camuflaje, se antoja poco y dudosamente eficaz.

No faltan quienes opinan que se podría –debería– hacer mucho más. Una propuesta interesante se puede encontrar en las tesis de un joven economista francés, Gabriel Zucmam, expuestas en su «La riqueza oculta de las naciones» (Ediciones Pasado & Presente, 2014).

Plantea, en síntesis, la creación de una suerte de catastro a escala global, junto a la imposición de severas sanciones a quienes se negaran a colaborar en el suministro de los datos necesarios para elaborarlo y mantenerlo actualizado. Describe, además, la creciente sofisticación –enmarañamiento– de los montajes societarios para camuflar la auténtica propiedad de la riqueza y, siguiendo las tesis del también francés Thomas Piketty, considera la ocultación como uno de los ingredientes determinantes de la desigualdad.

Más allá de la curiosidad social por conocer los manejos de personajes más o menos famosillos, las revelaciones de estos días, y las que sigan, es inevitable que constituyan una afrenta a quienes cumplen con todo lo que marca la ley tributaria, seguramente con mucho más esfuerzo proporcional que el que los evasores deberían hacer sí cumplieran.

Claro que no conviene engañarse. Mientras no haya voluntad compartida y auténtica colaboración internacional, sólo quedarán la filtración más o menos interesada o la habilidad de un hacker para penetrar secretos... esta vez en un despacho especializado de Panamá.

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