Plebiscito balsámico: Chile se ha enzarzado en la peor coyuntura posible para cambiar la constitución

Celebración entusiasta. El tiempo dirá si los políticos son capaces de satisfacer esas miles de esperanzas custodiadas en una urna o si el chileno de a pie se sumerge en una enésima frustración

03 noviembre 2020 20:40 | Actualizado a 04 noviembre 2020 06:43
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Desde que en 2012 Chile instituyó el voto voluntario, la participación en cualquier cita electoral ha ido menguando paulatinamente fruto de ese visceral e irrecuperable distanciamiento entre la clase política y la ciudadanía que afecta a las democracias consolidadas. El domingo 25 de octubre los chilenos siguieron idéntica pauta y un 49% optó por quedarse en casa por miedo, según las encuestas, a contraer un maléfico virus que, al menos en la capital, parece de momento amansado como en España en verano.

Pero la realidad es que esa brecha entre lo real -las demandas y preocupaciones sociales- y lo ilusorio -el populismo rampante de los cargos electos- no se tradujo sólo en el alto índice de abstención, sino que un arrollador porcentaje de chilenos 
-79%- prefirió hacerle la peineta a sus representantes públicos y votó porque la nueva Constitución se redacte a partir de una flamante Convención Constituyente al margen de las dos cámaras del Congreso. Si a este elocuente dato le sumamos el 78% a favor del Apruebo por una nueva Carta Magna, la conclusión no es otra que ese domingo a los chilenos les unió más un sentimiento que no una ideología, la misma aspiración de cambio que les hermanó durante el Estallido Social del 18 de octubre del pasado año.

Del resultado plebiscitario muchos en España han sacado conclusiones erróneas, simplistas o precipitadas. Y así, se ha repetido cual matraca un mismo titular, que Chile había finiquitado, por fin, el régimen de Pinochet y la Constitución de 1980. Un falso diagnóstico no sólo porque apenas un 35% de los chilenos lo interpreta de este modo, sino porque todavía queda un largo y abrupto camino para que este país se dote de una nueva ley de leyes. Y el runrún actual no invita al optimismo. El primer escollo que salvar será el reglamento de la Constituyente, que saldrá a partir de una votación de cargos electos prevista para el 11 de abril y en la que la derecha y el oficialista Chile Vamos echará el resto. El ejemplo es Bolivia, cuyo Congreso se entrampó por meses para redactar unas bases que agradaran a todos. Aquí la disputa se centrará en si los dos tercios rigen únicamente para aprobar cada artículo o para la totalidad del redactado.

Lo cierto es que Chile se ha enzarzado en la peor coyuntura posible para este titánico reto. Los meses en que se debatirá la nueva Constitución estarán plagados de citas electorales, entre ellas para elegir un nuevo presidente de la República que, casualmente, deberá jurar su cargo ante una moribunda -parafraseando a Hugo Chávez- Carta Magna. Y en medio de este batiburrillo, los partidos se centrarán más en obtener el mayor número de alcaldes, concejales, gobernadores, diputados y senadores que en conciliar los suficientes consensos para satisfacer las esperanzas que los ciudadanos han depositado en esta nueva etapa. Unas esperanzas que a veces pecan de ilusorias, como si una Constitución acabará por arte de birlibirloque con todos los males que afectan a una sociedad.

Y es que el 70% de los chilenos confiesa que votó Apruebo para terminar con las desigualdades sociales en pensiones, educación y salud. Ahí es nada, como si ello dependiera de unos cuantos grandilocuentes artículos y no de unas políticas públicas que, todo el mundo sabe, van estrechamente ligadas a la recaudación vía impuestos. El dilema radica en si los chilenos aspiran a pensiones, educación y a un sistema sanitario público de calidad o a disponer de la suficiente renta para costearse esos mismos servicios privados de los que disfrutan las élites chilenas y que, en su mayoría, votaron rechazo el 25 de octubre agrandando ese cisma entre las dos realidades de este disímil país.

No obstante, y para no pecar de pesimista, el plebiscito tuvo la virtud de actuar de bálsamo al maltrecho orgullo chileno tras la violencia desatada en los últimos meses. El domingo noche en la plaza Baquedano, plagada de banderas mapuches, los altercados de la víspera dieron paso a la alegría, el jolgorio y la celebración entusiasta. El tiempo dirá si los políticos son capaces de satisfacer esas miles de esperanzas custodiadas en una urna o si el chileno de a pie se sumerge en una enésima frustración.

Josep Garriga es natural de Gandesa. Empezó como periodista en el ‘Diari de Tarragona’. Tras casi dos décadas en ‘El País’, ahora trabaja como consultor de comunicación en Chile.

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