Polanski y la nueva censura. ¿Podemos censurar al hombre y admirar su obra?

Todo aquello que necesite matiz acaba en el infierno. En esta nueva visión de un mundo estrictamente polarizado entre opresores y víctimas, no hay más remedio que tomar partido en la gran lucha del bien contra el mal

26 noviembre 2019 08:50 | Actualizado a 26 noviembre 2019 11:30
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Una buena parte de las solicitudes de censura a las que debe responder las autoridades francesas, no llegan de los reaccionarios tradicionales, sino de los activistas feministas y antirracistas. El deseo de censura ha aumentado y se manifiesta tanto en las redes sociales como a través de acciones directas. El último a sufrir la censura es el filme de Roman Polanski, J’accuse. La película sobre el famoso Caso Dreyfuss, que llevó a Émile Zola a acusar de antisemita a la sociedad francesa en su tribuna mítica.

Podemos o no ir a ver la nueva película del cineasta,  pero que la decisión sea nuestra, libre e informada

Polanski, acusado de nuevo de abusar de otra mujer (y ya van trece), ha visto cómo su obra es censurada en las redes sociales, prensa y en todo tipo de manifestaciones. Polanski es un artista. Polanski es un hombre que seguramente merece todo el peso de la justicia. ¿Podemos censurar al hombre y admirar su obra? No es la primera vez. Louis Fernidad Céline -antisemita y pronazi- es uno de los escritores más admirados en lengua francesa. Pero el debate, en los tiempos del Me too es si es posible el matiz. Es cierto que no estamos en el siglo XIX, pero no nos engañemos, se trata de evitar por la fuerza la existencia de obras o reflexiones que no respondan a una cierta idea de moralidad y bien.

No podemos admitir que Internet se transforme en un tribunal

Sabemos que las redes sociales pueden facilitar el testimonio y acelerar la conciencia. El evento #MeToo marcó un gran avance para la causa de las mujeres en el mundo. Hoy está cambiando un conjunto de «reflejos» que han presidido hasta ahora las relaciones entre los sexos. Los hombres descubren la violencia de algunos de sus comportamientos. Pero no podemos ignorar que la acusación anónima puede ser falsa y difamatoria, y el calumniado nunca sale ileso. No podemos admitir que Internet se transforme en un tribunal.

¿Cómo explicar la aparición de tanto justiciero del antifaz? Primero, porque aquellos que hoy bloquean los discursos, prohíben películas y queman libros probablemente desconocen la historia y los métodos del totalitarismo del siglo XX. En segundo lugar, porque desconfiamos de las instituciones y las élites culturales, como institución, se ven menospreciadas. Creemos que Kayne West puede comprarse a Giacometti.

Sin confianza, no hay pacto social. Este deseo de castigar y prevenir probablemente se deba al hecho de que la posición de la víctima se ha esencializado. Hoy, ya no somos víctimas de discriminación o violencia, somos «una víctima». En esta nueva visión de un mundo estrictamente polarizado entre dominantes y dominados, opresores y víctimas, un mundo no complejo, no hay más remedio que tomar un único partido en la gran lucha del bien contra el mal. Todo aquello que necesite matiz acaba en el infierno.

Debemos resistir a los nuevos censores. Debemos reafirmar nuestras convicciones democráticas y, en este período problemático, mantener nuestra demanda de emancipación y nuestro deseo de creación. Y podemos o no ir a ver la nueva película de Roman Polanski, pero que la decisión sea nuestra, libre e informada. No manipulada por el inquisidor de turno.

* Periodista. Nacida en Tarragona, Natàlia Rodríguez empezó a ejercer en el Diari. Trabajó en la Comisión Europea y colabora en diversos medios. Vive entre París y Barcelona.

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