El editorial de ayer de El País daba en el clavo cuando decía, criticando el inmovilismo de Mariano Rajoy: «Lo imprescindible, y siempre pendiente, no es una oferta del Gobierno al independentismo para su solaz, sino evitar que (al menos) la mitad de la sociedad catalana ajena ahora al secesionismo se sienta abandonada y tentada de caer finalmente en sus brazos».
En efecto. Para evitar daños mayores de la actual confrontación no puede esperarse un gesto de distensión del Govern de Catalunya, con Puigdemont vigilado de cerca por Junqueras y ambos controlados por la CUP.
Pero el gobierno de Rajoy tiene mucho margen de maniobra: desde favorecer un grupo de estudio de la reforma constitucional hasta atender sensibilidades manifiestas en hechos concretos.
El inmovilismo del presidente Rajoy tiene encantados a los independentistas, pero horrorizados a quienes no lo son.