Space cowboys

El coronavirus ha ganado. Lejos de debilitarse se fortalece con nuevas variantes y el sueño de que esta pesadilla acabará y la vida volverá a ser como antes se está desvaneciendo

22 abril 2021 10:00 | Actualizado a 22 abril 2021 10:45
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Hay quienes ya no sabemos si estamos en una pandemia y es probable que, dentro de un tiempo, siquiera lo recordemos. Y no porque la vayamos a guardar en el baúl de los recuerdos como sucedió con la gripe española que llegó por las mismas fechas de marzo de 1918 y, tras extenderse por todos los rincones del planeta, a estas alturas de 1919, estaba dando sus últimos coletazos.

Yo conviví muchos años con mis cuatro abuelos, entonces jóvenes y ni ellos ni mis padres ni conocido alguno posee un testimonio de boca a boca. Hay muchas portadas de diarios de la alarma sanitaria, infinidad de fotografías en blanco y negro de trabajadores con mascarillas o de hospitales abarrotados, el aislamiento y la cuarentena debieron parecerse bastante a esto. Fue mucho más cruenta en cuanto a la morbilidad (enfermó el rey) y la mortalidad, exterminó a más gente que las dos guerras mundiales juntas, pero no, nada, ninguno, a nadie, nunca. Como si jamás hubiera sucedido.

El 10 de junio de 2020, Pedro Sánchez proclamó eufórico en el Congreso: «Hemos vencido al virus», así que podíamos pensar si se trataba de una batalla, como había sucedido antes con otros conatos de pandemias provocadas por estos virus que aparecen con precisión cada seis-ocho años. Parecía consistir en que algún contendiente, el coronavirus o la humanidad, fuera exterminado por el otro. Neutralizarlo hasta un contagio cero que lo dejara sin huéspedes en donde alojarse.

El coronavirus ha ganado, lejos de debilitarse se fortalece con nuevas variantes y el sueño de que esta pesadilla acabará y la vida volverá a ser como antes, se está desvaneciendo. El virus ha venido a quedarse, afirma el virólogo Luis Enjuanes (76). Las vacunas son la única esperanza, no de que se esfume, sino de que, consiguiendo la inmunidad de rebaño se reduzca la presión hospitalaria y la mortalidad, como vemos en lugares en donde la vacunación va más adelantada. Existe mucha incertidumbre sobre la duración de los efectos de las vacunas, no se sabe aún si tienen memoria o será necesario revacunarse periódicamente.

La ilusión de conseguir una vacuna que nos proteja de todos los agentes infecciosos (virus, bacterias, hongos o parásitos) es la ensoñación de muchos científicos. Uno de ellos ha sido el doctor Patarroyo, colombiano, cuyo prestigio se debía al desarrollo de una vacuna contra la malaria en 1987. En 2011 nos ofrecía esa gran esperanza anunciando una revolucionaria vacuna química universal, incluso contra cánceres infecciosos, pero a la fecha no ha conseguido mejorar su propia vacuna, desacreditada por la OMS. Y sus metidas de pata sobre el coronavirus, lo han enviando al ostracismo con todo su equipo.

La pugna para conseguir desarrollar las primeras vacunas del coronavirus se ha concebido como una segunda carrera espacial entre Rusia, China y Occidente. España milita en segunda división con los Space cowboys. Porque junto a los laboratorios punteros de las multinacionales con cientos de científicos que han creado las vacunas en funcionamiento, hay una larga lista de investigadores que ensaya sin tanta urgencia y aprovechan los conocimientos de que nos usen como macacos.

Nuestro equipo nacional está capitaneado por tres científicos jubilados del CSIC que no cobran. Víctor Larraga (72), el más joven, trabaja en una vacuna que podría administrarse mediante parches, y Mariano Esteban (76), en otra que estará lista a final de año.

Pero lo más destacable son los trabajos del equipo de investigación dirigido por el valenciano Luis Enjuanes, de dieciséis personas, doce sin contrato fijo, que han tenido algunos problemas de financiación en las primeras fases. Y si es cierto lo que acaba de decir el virólogo en Antena 3 a un asombrado Vicente Vallés, nos encontraríamos ante un descubrimiento que, aunque no alcanza las pretensiones de la vacuna universal de Patarroyo, se acerca bastante.

Su vacuna, además de barata, monodosis, de fácil almacenamiento, y eficaz al 100%, posee dos características que la hacen extraordinaria: la primera, que será inmunizante y no solo nos protegerá del virus, sino que nos impedirá transmitirlo. Y la segunda, que se administrará con un spray metiendo un chute por la nariz directo a las membranas nasales que nos salvaguardará, no solo de los coronavirus, sino de todo virus presente o futuro que nos infecte por esa vía respiratoria.

Si así fuera se acabaron las mascarillas, los geles y la distancia, y aunque no podríamos tener contacto sexual con la libertad anterior a la aparición del Sida, sí volver a tocarnos, besarnos, tosernos o estornudarnos como en la ruta del Bakalao.

Debemos tener fe en el equipo español, «son pura sangres participando en carreras de burros» (El País). La esperanza es lo último que se pierde y crucemos los dedos para que no pase como con el satélite Ingenio que, ocho minutos después del lanzamiento del cohete encargado de ponerlo en órbita, Vega se perdió en el espacio como en la canción de David Bowie, por unos cables mal conectados.

El mundo ha cambiado para siempre y pensar que estamos en un túnel con entrada y salida es algo que necesita el permiso de la ciencia. Este prometedor mundo global y tecnológico, era un huevo Kinder con sorpresa y habrá que ir asimilando si esta cruda realidad es el punto de partida para reconstruir el futuro de nuestros hijos y nietos.

Juan Ballester: Escritor y editor afincado en Tarragona, autor de obras como ‘El efecto Starlux’ y, más recientemente, ‘Ese otro que hay en ti’. Impulsor del premio literario Vuela la cometa.

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