Sufre, mamón

14 julio 2021 08:10 | Actualizado a 14 julio 2021 08:30
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Esta pandemia está siendo un laboratorio psicosocial, la conmoción es un momento óptimo para hacer correcciones en el sistema. Hemos leído en estas páginas sobre las relaciones sociales, el miedo, la libertad, la histeria por la salud, la soledad o la locura. Y si todo esto le ha ido bien al nuevo poder para conseguir los fines que venía persiguiendo, tanto dolor causado por la enfermedad ha trastocado sus planes.

Afirman los algólogos, científicos del dolor, que nuestra sociedad moderna padece algofobia, un miedo espeluznante al sufrimiento. Los testamentos vitales para aliviar el dolor que precede a la muerte se han multiplicado exponencialmente. La crisis de los opiáceos (proceden como la heroína de las amapolas), ha causado estragos en EEUU, los médicos españoles alertan del consumo exagerado de antidepresivos, ansiolíticos o sedantes. Suena por los altavoces de la ciudad futurista, «Estamos trabajando para que sean felices», no es Un mundo feliz donde se drogan con ‘soma’, lo dijo hace unos días una ministra.

Les contamos un chiste malo con ánimo didáctico. Una persona con una chepa entra en un bar, pide un coñac, lo bebe y cuando sentencia «Este licor deja mal cuerpo», el barman le responde: «No me jorobe que usted ya ha entrado así». Como sucede con la felicidad y la desgracia, la risa solo es una continuación del llanto y nos saltan las lágrimas al reír por la pena que nos produce el infortunio del protagonista. Charles Chaplin lo sintetiza gráficamente, se encuentra de espaldas frente a un aparador y observa un portarretratos con la foto de una mujer. Por las contracciones espasmódicas de sus hombros y su cabeza inclinada, parece tratarse de un viudo reciente llorando dolorosamente su pérdida, pero al girarse a la cámara se descubre que agita sonriente una coctelera.

Barry Komisaruk, investigador de la Universidad de Rutgers, Nueva Jersey aporta su grano de arena en la relación fundamental entre las vías del dolor y las del placer mostrando el rostro de una persona teniendo un orgasmo, indistinguible del que tenía mientras le propinaban un golpe bajo en el estomago. Y Aldo Palazzeschi afirma en un manifiesto futurista, El antidolor, que solo puede reírse desde lo más hondo del corazón si antes has escarbado profundamente en el dolor humano.

Oiga doctor, devuélvame mi fracaso que no soy capaz de escribir una nota desde que soy feliz, dicen Kafka o Proust. Oiga doctor, devuélvame mi depresión que «el mundo sin dolor es un infierno de lo igual», explica el filósofo de moda, Byung-Chul Han, en La Sociedad paliativa. No hace falta llegar al tormento de Teresa de Ávila quien sentía suavidad cuando le retiraban una lanza incandescente de las entrañas, pero hemos desdeñado el arte de padecer, la estética del dolor, su cultura, su poesía, su victoria. ¡Qué guapo está Tino Polo desde que sufre! (El efecto Starlux)

Esto no va de no hacer el amor para no fumarse un cigarrillo al terminar, ni de mantener relaciones sexuales esporádicas por eludir el dolor que puede llegar a causar amar, sino de vivir así, es morir de amor. “Aquí puede enamorarse sin sufrir”, dice una pintada junto a la entrada de un club.

El dolor es la verdad y el precio de anestesiarlo, concluye el popular filósofo surcoreano afincado en Berlín, es la pérdida de nuestra humanidad y el fin de la libertad.

Hace dieciséis meses que nos confinaron y salvo algunos infelices que carecen de la capacidad de experimentarlo, quien más y quien menos hemos interiorizado en lo más hondo de nuestro ser un dolor íntimo por el miedo, la muerte, la ruina, la desgracia, las secuelas, la incertidumbre o la responsabilidad. Hay muchas personas a quienes la vacuna nos ha producido un inesperado chute de energía, y es porque de manera inconsciente disuelve esa dureza y nos proporciona una alegría, cierta, que debe incomodar mucho al sistema por contraste con la estúpida felicidad que nos venden. ¿O no nos prometemos enfermos que una luz de encanto surgirá cuando cese del dolor?

No sabemos si hemos entendido bien el breve ensayo sobre el dolor porque lo hemos leído con una toalla húmeda en la frente bajo los devastadores efectos de la segunda dosis de Moderna, pero a toda esa gente tóxica que se pasa el día jodiendo habría que levantarles un monumento porque te están haciendo olvidar lo feliz que eres.

El dolor y, no la felicidad, es el único cauce que no se seca por el que podemos navegar durante toda nuestra vida. Y si eso es así, hay que cambiar el tópico de aparentar ser dichoso hasta que veas pasar el cadáver de tu enemigo. Si quieres hacerle la pascua, muerde el polvo.

Con profundo respeto y solidaridad con los lectores que están sufriendo o han sufrido un dolor físico o emocional insoportable, ame al dolor como a sí mismo, aunque sea por rebeldía. El nuevo poder nos controla, somete y domina con un imperativo, “Sé Feliz” que nos genera una presión más devastadora que la de ser obediente: no hace falta cambiar las cosas, basta modificar el estado de ánimo. (Díganselo al sector turístico). Dios nos condenó a sufrir dolor expulsándonos del Edén y nosotros intentamos desterrarlo con la ilusoria esperanza de que ese sea el camino de vuelta al paraíso.

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