Tarragona, ciudad 30

16 septiembre 2020 10:20 | Actualizado a 16 septiembre 2020 11:38
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El lunes, al tiempo que los niños regresaban al cole, Tarragona estrenaba el límite de velocidad a 30 kilómetros por hora en una buena parte de sus calles. Reducir el tráfico, apostar por formas de movilidad más sostenibles, potenciar el espacio para los peatones y tratar de convertir la ciudad en un lugar más seguro para todos es, sin duda, un noble y plausible propósito.

Claro que para lograrlo, como han hecho Pontevedra o Vitoria, la reducción del límite de velocidad debe ir inexorablemente acompañada de otra serie de medidas que han de avanzar en paralelo. Construir carriles bicis reduciendo el lugar que ocupan los coches en la calzada, mejorar el transporte público, ampliar las zonas peatonales e incentivar un cambio cultural son algunas de ellas.

Es obvio que esto ha de hacerse tras un elaborado estudio. Quiero pensar que todo esto ya se ha tenido en cuenta y que en breve veremos algo más que la prohibición de circular a más de 30 km/h. El Ayuntamiento insiste en que «no se trata de recaudar, sino de conseguir una ciudad más segura y amable para todos».

Pero si todo se reduce a ese cambio de señales, será muy difícil convencer de lo contrario a todos esos ciudadanos –son muchos, se lo aseguro– que solo ven en esta reducción de la velocidad ese afán recaudatorio que el consistorio niega, una opinión que crece tras ver los radares en las calles.

No obstante, mucho más grave que eso sería la sensación de una nueva oportunidad perdida para hacer de Tarragona una ciudad más humana y con mayor calidad de vida. Sí, esperemos que el Tarragona a 30 solo sea el primer paso de algo mucho más ambicioso. Y que las medidas se ejecuten a una velocidad superior a los 30 km/h.

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