Terremoto político en Chile. Plebiscito para una nueva Constitución

La política como la tierra. El 25 de octubre comprobaremos si la votación por una nueva Carta Magna supone un simple temblor –de sacudida o balanceo– o un movimiento sísmico de los de «arranca y no pares»

17 septiembre 2020 11:30 | Actualizado a 18 septiembre 2020 12:30
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En el país con mayor actividad sísmica del mundo, lo primero que le enseñan a uno en Chile es que un temblor es un temblor, y un terremoto es un terremoto. Del primero los hay de dos tipos: los de sacudida, un golpe seco seguido habitualmente de un ruido semejante a un trueno, y los de balanceo, en los que todo se tambalea bajo tus pies, la lámpara del comedor se mueve cual peonza, algunos objetos empiezan a caerse y el edificio cruje de tal forma como quien rompe un turrón de Alicante con los dientes. Imposible acostumbrarse a uno y a otro. Tampoco ayuda que tu cara de espanto sea objeto continuo de mofa de las amistades locales. Y, a decir verdad, este mes de septiembre la Pachamama (madre tierra) anda un pelín revuelta desde Atacama hasta O’Higgins.

En cuanto a los terremotos, el chileno es parco en consejos: ¡Arranca! Pero cuando uno vive en un vigésimo piso, la acción de arrancar se torna ilusoria y el supuesto consejo parece burda ironía.

Desconozco, o soy incapaz de discernir, si el constante movimiento terráqueo afecta al carácter. En cualquier caso, la política por estos lares anda como la tierra que pisan y el próximo 25 de octubre comprobaremos si el plebiscito por una nueva Constitución supone un simple temblor –de sacudida o balanceo– o un terremoto de los de «arranca y no pares». Una votación, postergada en abril, que Chile celebrará en medio de una remitente pandemia de coronavirus. La capacidad de aguante de este pueblo carece de límites.

La totalidad de las encuestas publicadas a la fecha otorgan una holgada victoria al apruebo. A esta opción se han sumado desde la izquierda hasta parte de la derecha. Y el rechazo surge como una osadía de unos cuantos a quienes apresuradamente les han colgado la etiqueta de «afectos al régimen». Y tanto en Chile como en España no ha a lugar a dudas sobre su significado. Pero acá, el apodo «pinochetista» no es sinónimo de endiablado. Al contrario, algunos cargos electos se reivindican como tales, aunque como cualquier moda, ésta también es pasajera. El pasado puede enmascararse, nunca borrar.

El adjetivo ‘pinochetista’ se lo han colgado a la actual Constitución a pesar de que la vigente Carta Magna fue objeto de profunda reforma en 2005 y lleva la firma, entre otros, del expresidente Ricardo Lagos, uno de los mayores opositores al régimen militar. Los epítetos trasnochados también surgen en Chile como el recurso político fácil para convencer a cierta plebe, sobre todo el año que se cumple el cincuenta aniversario de la victoria en las urnas de Salvador Allende.

La izquierda no alberga dudas sobre el apruebo. Pero el galimatías afecta de lleno a la derecha, dividida entre dos estrategias dispares sobre cómo frenar los embates de una oposición consumida por el populismo y de una sociedad que el 18 de octubre de 2019 demostró que tendrá aguante con los terremotos, pero se les acabó la paciencia con las élites. En un extremo figuran quienes apuestan directamente por el rechazo, carta que los sondeos apenas otorgan un 25%. En el otro, los que prefieren el cambio para evitar ser estigmatizados y concentrar sus fuerzas en obtener suficientes escaños para bloquear cualquier salida de madre articular. Y en la izquierda ya empiezan a alzarse voces incluso en contra del reconocimiento constitucional de la propiedad privada o la autodeterminación de los pueblos originarios.

Lo peor del proceso que se avecina no es, ni de lejos, el sempiterno enfrentamiento izquierda-derecha sino el hecho de que será el primer proceso constituyente de una democracia consolidada como la chilena en plena época de Internet y, sobre todo, de la redes sociales. Y en este particular, poca entereza demuestran los políticos actuales ante los comentarios de Twitter o Facebook en su contra, lo que evidencia la fragilidad de su poso ideológico. Son incapaces de resistir la presión de dos retuits porque equiparan falsamente las redes sociales al mundo real. Tanto aquí como en cualquier lugar que se precie, les convendría pisar más la calle –por muy movediza que se antoje– que atender las indicaciones de cuatro bots con espurios intereses.

Mientras tanto, el presidente Sebastián Piñera no logra salir a flote en las encuestas, en agosto se metió en su enésimo cambio de gabinete, y desde sus propias filas 
–Chile Vamos– le cuestionan hasta las raíces ideológicas. Chile, sin duda, vive en un perpetuo terremoto político, que no temblor.

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