Estando preso J.P. Sartre en un campo de concentración alemán en las Navidades de 1940, a petición de algunos sacerdotes también prisioneros, escribió un pequeño drama que se representó antes 12.000 personas de este campo: Baroná, el hijo del trueno.
El filósofo existencialista ateo, halló dulces palabras, como si rindiera culto a Dios de forma involuntaria. He aquí algunas frases, referidas a la Virgen:
«De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: ¡mi pequeño! Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí (…).
Le mira y piensa: Tiene mis ojos y la forma de su boca es la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí. Y ninguna mujer, jamás, ha tenido así a su Dios para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos y cubrir de besos, un Dios caliente que sonríe…».