Una abuela y un abuelo, dispuestos a todo

Resulta indignante que el futuro más inmediato en muchas familias, pase por la jornada a tiempo completo de los abuelos. Ellos encantados, seguro, pero, ¿dónde queda aquello de ser las personas mayores las de más riesgo?
 

02 septiembre 2020 12:40 | Actualizado a 02 septiembre 2020 16:27
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Estos días de canícula, de baños de mar o paseos por la montaña, para los que hemos podido desconectar durante unos días de la horrible experiencia del confinamiento, de la preocupación por los miles de trabajadores que aún no han cobrado las ayudas económicas, y por todo lo que se nos viene encima, he podido leer mucho. Bastante más que en los momentos de encierro donde la preocupación ocupaba una muy buena parte de mí día a día.

Entre las páginas de libros, ensayos y artículos por los que he paseado la mirada y depositado parte de mí entendimiento, hay uno que he interiorizado más. Quizás por mí condición familiar, de muchos hijos y nietos, quizás por que siempre me ha gustado echar la vista atrás, como dice la canción, o talvez por la importancia que tienen en la sociedad.

Hablo de los abuelos en general, pero muy especialmente de las abuelas, las mujeres que, según edades, yo no, pero me lo han contado, fueron el puntal de la posguerra. Mujeres con el mandil puesto todo el día, atendiendo en los pueblos a familia y ganado y en todas partes, a familia y vecindario, en una España con un incipiente florecimiento, de racionamiento, de niños jugando en la calle, de mocos que limpiar, pucheros para llenar y muchas lágrimas que enjugar.

A los abuelos paternos apenas los conocí, fallecieron con poco tiempo de diferencia siendo yo muy pequeña. Conecté muchísimo con mis abuelos maternos a los que veía diariamente. Mí abuelo Ricard, era muy serio y formal, con mayor interrelación con mis hermanos, que conmigo. A ellos se los llevaba a ver el partido de fútbol casi todos los domingos, al campo del español, en Sarriá, ante mi berrinche semanal que mis padres suplían yendo al cine conmigo.

Mi abuela Vicenta, esa sí que era mí amiga, mujer fuerte, decidida, que todo lo solucionaba y muy guapa a mis ojos. Con un moño alto, enroscando la melena al estilo francés, siempre me pareció sacada de una revista de modas. Era mi refugio permanente. A la vuelta del colegio ella estaba en casa para prepararme la merienda, de nada servían mis protestas, diciendo que ya había merendado en el colegio. Daba igual, allí estaba ella con un gran vaso de leche y un bocadillo para mí. Me lo tomaba a su lado mientras la escuchaba embelesada contar historias de su juventud.

Los mejores cuentos de mi vida los escuché de sus labios, mis primeros escarceos amorosos de adolescente, fueron para sus oídos. Mí historia y mí vida están estrechamente unidas a la suya.

La mía es una historia de ciudad, donde vivía mi familia, el recuerdo de otras abuelas están ligadas a ese mandil que siempre llevaban puesto sobre la falda y que servía para mil y un menester. Limpiar los mocos de los pequeños, aliviar las lágrimas de amores incomprendidos de nietos en edad púber, recoger la fruta del huerto y los huevos de las gallinas, dar de comer a los animales del corral, o sacar la hogaza de pan del horno, era útil para todo.

Las abuelas de mi niñez, sabiéndose importantes, aunque no imprescindibles, tejieron cálidas bufandas, hornearon las mejores tartas del mundo y nos contaron las mejores historias que existen. Nos ayudaron a hacernos mayores, nos educaron derramando sobre nosotros sabiduría, valores, ternura y mucho amor.

Ante la incertidumbre de la vuelta al colegio, a muchas abuelas hoy, y también abuelos, les va tocar ejercer casi de padres a tiempo completo. Serán el refugio de muchas familias, el socorro de las mujeres que se han de incorporar a sus puestos de trabajo, en casa o en la empresa, con la incertidumbre de qué hacer con los hijos. Los padres también lo sufrirán, por supuesto, pero todos conocemos que, a día de hoy, la intendencia familiar y el acomodo de los hijos, recae mayoritariamente más en las mujeres.

Habrá contagios en niños y jóvenes en las aulas, las clases presenciales se suspenderán y el caos que se intuye como muy cierto, está en ciernes. Ya es muy lamentable que las mujeres que teletrabajan tengan más difícil la promoción en la empresa, ya es muy lamentable que aún no esté claro como resolverá el gobierno las ayudas para cuando tengan que dejar de trabajar. Pero lo que resulta aún más indignante, es que el futuro más inmediato en muchas familias, pase por la jornada a tiempo completo de los abuelos.

Ellos encantados, eso seguro, pero… ¿dónde queda aquello de ser las personas mayores las de más riesgo? ¿Han cambiado los esquemas sanitarios? Quizás es que cuando la necesidad apremia, y ahora así es, surge en la cabeza de todos, la figura de esa persona mayor, paciente, trabajadora y necesaria dispuesta a echar una mano a la familia.

Este refuerzo debería ser voluntario, gozoso, esporádico y placentero, nunca obligado ante la negligencia de un gobierno, que no sabe resolver los problemas de la ciudadanía, ante un inicio del curso escolar y la vuelta al trabajo de los padres. Pero si eso sucede y los abuelos una vez más se hacen cargo de todo, las historias de niñez y juventud de los hijos de hoy, se entremezclarán con esos maravillosos cuidadores de lujo.

Y al cabo de los años, al echar la vista atrás, uno se da cuenta que en el fondo del corazón hay guardado un pedazo muy grande de amor incondicional, de sabiduría de anciano, de valores y de añoranza de gran calidad, que nunca se olvida, nunca jamás.

Muy dentro de mí, en los pliegues de mi piel, entretejido con los conocimientos aprendidos en la formación académica, de los padres y de la sociedad, hay un gran caudal de agradecimiento, un tesoro custodiado por una confidente y un armado caballero: una abuela y un abuelo dispuestos a todo por mí.

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