Quien vaya por la carretera de Valls, por ejemplo a la estación del AVE, verá con frecuencia a mujeres ligeras de ropa junto a la cuneta a la espera de que se detenga alguien dispuesto a pagar por sus servicios.
Es una vergüenza que la Administración lo permita. No tanto por la imagen de esta oferta pública de prostitución, como por la humillación que representa la actuación de gentuza que utiliza de este modo el cuerpo de una mujer necesitada de dinero.
En esta época en la que hemos avanzado en el respeto a las mujeres, es inadmisible que esta triste realidad se reduzca a una cuestión de oferta y demanda, como si las que hacen la carretera lo hicieran como una profesión laboral. Los gobernantes deberían ayudarlas y no mirar hacia otro lado.