Ayer me llevé una muy grata sorpresa cuando llegué a casa y me encontré a mi hija muy afanada escribiendo una carta. No es una actividad en la que se prodigue mucho, desde luego, por lo que intuí que se trataba de alguna tarea del instituto. Pero no; lo hacía de motu propio y a un destinatario que ni siquiera conocía.
Me contó que había visto una campaña por internet para escribir cartas a los abuelos de las residencias en unas navidades en las que muchos de ellos se sentirán muy solos, sin poder tener contacto –al menos físico– con sus familiares y seres queridos y que pensó que ella también podía contribuir a que no se sintieran tan solos, que quizá su carta sirviera para alegrar el día a alguno de esos abuelos. Me emocioné, le di un beso y le animé a seguir con su carta.
Efectivamente, estas navidades serán muy duras. Para todos, pero especialmente para esas personas que no podrán abrazar a los suyos y a las que esta maldita pandemia condena a la soledad. Me interesé por la iniciativa, promovida por la organización Adopta un abuelo, y comprobé que miles de jóvenes –ayer la iniciativa ya había sido secundada por más de 113.000 personas– ya habían enviado su cariño y sus mejores deseos a otros tantos mayores. Y, con una sonrisa en la cara, me fui a prepararme la cena pensando que, después de todo, a lo mejor no lo hemos hecho tan mal.
