Enric Juliana ha escrito con precisión una gran verdad que algunos compartimos plenamente. «La Unión Europea no ha impuesto los indultos, pero una brisa europea los acompaña». Es claro que la tradición democrática europea, que es previa y anterior a la española -no solo jurídicamente sino también políticamente, en términos de respeto, profundidad de las libertades y tolerancia con el adversario-, pensaba que la manera como el Estado español ha tratado el problema catalán ha sido ruda y primaria, exagerada y peligrosa. No porque la UE crea que el independentismo catalán tiene algún porvenir en sus aspiraciones (las fronteras interiores de la UE no van a moverse) sino porque, por pura sensibilidad, tales contiendas han de ser más ‘blandas”, más parecidas a una guerra galana que a una brutal confrontación.
Muchos creen que la pasión se basta y sobra, sin pensar que sin cimientos el amor es como choza que se desmonta con la primera ventoladaLa satisfacción por los indultos habrá sorprendido sin duda a Casado, uno de cuyos partidarios mencionaba este jueves a la señora Merkel como una de las amigas más comprensivas del líder español de la oposición. Y probablemente Casado habrá pinchado en hueso también esta vez: como Rajoy sabe bien y Nadia Calviño podría explicarle con conocimiento de causa, Berlín es siempre partidario de las fórmulas acordadas e incruentas.
Tras la política llegará la justicia: los jueces españoles, rígidos y ceñudos, que han aplicado leyes anacrónicas a figuras penales inexistentes, ya tienen una primera respuesta del Consejo de Europa. El Tribunal de Estrasburgo les terminará de poner en su sitio. El respeto a la ley incluye no aplicarla cuando chirría al entrar en contacto con el espíritu constitucional de una democracia madura.
