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¿Dónde está el cordero?

08 noviembre 2022 19:14 | Actualizado a 09 noviembre 2022 07:00
Juan Ballester
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La realidad nos pinta cuadros que erizan el vello y cuando llegan los servicios de emergencia un policía exclama: ¡Qué hija de puta! Sobre una cama hay una mujer relajada y, a su lado, tendida, yace sin vida su hija, de seis años. La ha asesinado dorándole la píldora con una taza caliente de leche con Cola Cao y una dosis triplemente letal de barbitúricos.

Llevan así doce horas. Debía de entregársela a su padre, quien había conseguido la custodia tras cinco años de una guerra a ultranza, pero la exmujer ya avisó a su hermano por wasap que, antes de entregarle a la niña, la sumiría en el sueño eterno. ¿Y qué niño no bebería del cuenco ofrecido por su madre?

No hay prueba de amor mayor que la de Abraham dispuesto por orden divina a sacrificar a su hijo Isaac, que le pregunta frente al altar, ¿Dónde está el cordero? Ni de odio peor que la de un progenitor deshaciéndose de su prole para vengarse del otro progenitor.

Los ataúdes blancos nos estremecen, a la impresión de la pérdida de un ser portador de la magia, se une la segunda muerte de una vida truncada y no realizada. A medida que se acerca el grado de parentesco entre víctima y verdugo, más impresiona. Cuando quien los perpetra es la madrastra dominicana de Gabriel o los padres adoptivos de la china Asunta, ya empieza a revolver el estómago.

Pero devorar a tus hijos como Saturno es un horror y desde 2007, en España, han muerto cincuenta niños a manos de su padre o madre biológicos. De si las víctimas eran niños o niñas, no hay datos. De si el criminal es mujer, hasta el pasado 19 de mayo, tampoco. Ahora sabemos por el Ministerio de Justicia que 26 fueron madres frente a 24 padres, aunque el contador no para y ayer un búlgaro acuchilló a su hija de la edad de Olivia y a su pareja, en Móstoles.

No hay prueba de odio peor que la de un progenitor deshaciéndose de su prole para vengarse del otro progenitor

La razón por la que solo se registran las de los padres es porque estamos ante lo que se conoce como ‘violencia vicaria’, un término acuñado en 2012 por la psicóloga argentina Sonia Vaccaro. Se describe como una prolongación de la violencia de género castigada con prisión permanente revisable desde 2015. La misma discriminación entre hombres y mujeres se extrapola a este terreno de homicidas.

Vicaria significa ‘por sustitución’, de forma que se entiende que las víctimas no existen como tales, solo son objetos extensivos de la madre contra quienes se atenta para dañarla en su grado máximo. Se trata de enterrar a la mujer en vida, sin quitarla de en medio, alcanzando la crueldad su expresión suprema.

Hay un caso espeluznante de un chileno discutiendo con su esposa en el hospital de La Paz que se tiró por la ventana abrazado a su hija al grito de «Ahora te voy a dar en donde más te duele».

Realmente resulta difícil encontrar la diferencia y en abril de este año el Tribunal Supremo ha declarado en el caso de la madre asesina de Sergio, que se trata de la misma violencia vicaria, pues el móvil confesado de Olivia es el mismo. «Conmigo o con nadie».

Son el colofón de situaciones de ruptura de pareja, la sacerdotisa Medea mata a los hijos que tuvo con Jasón cuando este la abandona enamorado de otra mujer. El remate de los padres y madres que usan cotidianamente a sus hijos como arma y estiran de sus extremidades hasta partirlos como en el juicio de Salomón.

Hay sin embargo algunas diferencias. Al hombre se le considera malvado y a la mujer, loca. Es aún más incomprensible que sea un acto premeditado cuando es la madre, de quien se espera que proteja a sus hijos hasta preferir quedarse con el bebé muerto y entregar el suyo, antes de que lo dividan. Los hombres se suicidan después con el doble de frecuencia y se da menos cuando comparten la custodia.

Cada vez que sucede la sociedad se altera. ¿Quién mata más? Ante tamaña aberración no debería importar el sexo del diablo

Cada vez que sucede la sociedad se altera. ¿Quién mata más?, pero ante tamaña aberración no debería importar el sexo del diablo. Todos son miserables que distinguen entre el bien y el mal, y todos perturbados sin empatía para sentir el sufrimiento ajeno. Resulta incomprensible poner el foco de atención sobre los monstruos y no iluminar a los angelitos. Esta no es una guerra entre sexos, sino de si estás con los niños o con los adultos.

La bondad es idiota y siempre espera algo de la maldad. Pero la verdad yace pálida y fría en el lecho, bella y serena, como la simpática Olivia a la que le gustaban los piratas. Ahora los actores secundarios guardan silencio sepulcral y, a pesar de lo liviano de llevar en brazos su cuerpecito, nadie quiere cargar con el muerto.

El cuadro de la madre y la hija es la imagen de un sacrificio colectivo, la hostia que se usaba para aplacar la ira de los dioses. Los niños exangües representan al mundo y la sonrisa de la madre no está dedicada solo al padre sino a todos nosotros. El sufrimiento de los supervivientes el resto de sus días es nuestra cruz, aunque en estas historias la expiación es inútil y nada sacará a Olivia de debajo de la tierra.

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