Aestas alturas, parece obvia la necesidad de avanzar hacia la producción y utilización de energías renovables que sustituyan la que proviene de los combustibles fósiles que tanto contribuyen a la aceleración del calentamiento global. Sí, es algo en lo que prácticamente todo el mundo está de acuerdo. Y, sin embargo, ni la energía que se genera con el viento ni la que procede del aprovechamiento del sol acaban de despegar.
Hasta el punto de que se da la paradoja de que, lejos de caminar hacia adelante –con mayor o menor rapidez, pero inequívocamente hacia adelante–, hemos retrocedido, incrementando el gas como fuente de energía en detrimento de la solar y la fotovoltaica. La sequía, un fenómeno natural ante el que apenas tenemos control –aunque algunas acciones humanas contribuyen a agravarla–, sirve para explicar la dificultad de recurrir a las fuentes hidráulicas.
Resulta, sin embargo, más difícil de explicar que no se apueste de forma más decisiva por las energías eólica y solar, sobre todo en un territorio donde tanto el sol como el viento pueden aportar una gran cantidad de kilowatios. Las dificultades que muchos promotores encuentran en la administración catalana, lenta y con trámites engorrosos, están en buena medida detrás de este freno que padecen las energías renovables en Catalunya, que se halla a la cola del Estado en lo que a producción de energía de este tipo se refiere.
Lo que evidencia que tenemos un problema grave, que se hará mayor si, como está previsto, las centrales nucleares cierran dentro de unos pocos años. Las reticencias de muchos municipios y ciudadanos a la instalación de placas o molinos que pueden alterar de forma considerable el paisaje es lícita, pero habrá que buscar algún tipo de equilibrio –también territorial– si no queremos perder el tren de las renovables, lo que nos obligará a depender de la energía de otros territorios.
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