Todo lo acontecido con el Hard Rock –antes, Barcelona World– es posiblemente el ejemplo más clarificador de lo mucho que cuesta materializar un proyecto y hacer que pase del papel a la realidad en Tarragona. Han pasado doce años desde que la Generalitat anunció este complejo, que incluía casinos, hoteles, áreas comerciales y de ocio en el ámbito del Centre Recreatiu i Turístic (CRT) de Vila-seca y Salou y que se percibía como un complemento ideal a PortAventura. El Hard Rock llegaba con unas cifras de inversión y de puestos de trabajo muy ilusionantes para un territorio que veía en este proyecto una forma de extender la temporada turística con la llegada de nuevos visitantes con alto poder adquisitivo. A lo largo de los años el proyecto fue reduciendo sus dimensiones, al tiempo que la inacción y las innumerables trabas con que se ha topado han hecho surgir sobre él cierto halo de desilusión. Y eso a pesar de que buena parte del tejido económico, político y social del Camp de Tarragona y las Terres de l’Ebre han reiterado en varios ocasiones su apoyo al complejo, al tiempo que han pedido celeridad en su realización.
Es verdad que no se trata de un tema que despierte la unanimidad, hasta el punto de que se ha convertido en una de las discusiones partidistas más calientes en Catalunya, si bien el acuerdo al que llegaron el Govern y el PSC para aprobar los presupuestos del año pasado hacía pensar que definitivamente el proyecto comenzaría a tomar forma. No ha sido así y el Hard Rock vuelve a cobrar protagonismo en las negociaciones para un nuevo presupuesto. Sería de desear que la decisión no se tomase solo en Barcelona, sino que se tuviera en cuenta también a un territorio que sigue viendo en este complejo una gran oportunidad para desestacionalizar la temporada turística y crear miles de puestos de empleo. El ejemplo de PortAventura, también criticado en su momento, es elocuente. Pero, sobre todo, Tarragona merece saber con certeza qué será del Hard Rock sin más dilaciones.