Pedro Sánchez ha optado por resistir. No como gesto retórico ni como huida hacia delante, sino como una decisión política consciente en un momento de extrema fragilidad institucional. En un contexto dominado por la sospecha, el desgaste y la presión constante de la oposición, el presidente ha decidido seguir al frente del Gobierno de coalición y hacerlo, además, activando la agenda pública con anuncios de sabor populista que envían a la ciudadanía un mensaje protector y buscan sostener la legislatura. La medida del abono único de transporte, con un coste reducido y vocación universal, es un buen ejemplo. Conviene recordar que estas políticas las pagan los impuestos presentes o futuros, aunque sean útiles, redistributivas y coherentes con una idea de Estado que amortigua la crisis en lugar de trasladarla a los ciudadanos. También es relevante que Sánchez haya descartado remodelar el Gobierno. En tiempos de incertidumbre, es un mensaje de estabilidad. Mover ministros para aparentar cambio suele ser un recurso estético. Mantener el equipo y asumir el coste político transmite voluntad de continuidad y responsabilidad. Sin embargo, no bastan la energía personal del presidente y los anuncios sociales. La política parlamentaria sigue siendo el terreno decisivo. Y ahí, hoy, la mayoría que hizo posible la investidura muestra signos evidentes de dudas, fatiga y desconfianza que quizá no restañarán con gestos ni promesas. Sánchez afronta también un factor nuevo y particularmente corrosivo: la presión del movimiento feminista en un contexto marcado por el #MeToo y sus derivadas políticas. Es una fuerza social legítima y transformadora, pero también implacable. Como trituradora moral y política, apenas deja espacio para matices, tiempos judiciales o presunción de inocencia. Ningún dirigente ha sido capaz de resistir esa presión sin un respaldo parlamentario sólido y una credibilidad ética incontestable. Por eso, el momento exige algo más que resistencia. Exige claridad, coherencia y capacidad de recomponer mayorías. Sánchez ha dado señales positivas en la gestión y en el tono. Ahora necesita convertir esas señales en confianza política real. La legislatura pende de un hilo y no se salvará con anuncios, sino con acuerdos. El margen de error es mínimo.