Después de muchas vueltas, de muchas idas y venidas, de horas y días en los juzgados, de muchas ideas más o menos peregrinas y, sobre todo, de mucho dinero público –o sea, de los contribuyentes, de todos los ciudadanos– tirado, parece que existe cierto interés en Tarragona para que lo que debía ser el parking inteligente de Jaume I, en la Part Alta, se convierta en un aparcamiento tradicional. Así se desprende de la buena acogida que ha tenido entre la sociedad civil la propuesta del Ayuntamiento en este sentido, aunque no todos los partidos presentes en el salón de plenos estén de acuerdo. El Jaume I es ya el mayor fiasco de la historia moderna de Tarragona, un ejemplo de la irresponsabilidad –en todos los sentidos– de los políticos y de la escasa rigurosidad con que a veces se manejan los recursos públicos.
Lo ideal sería que el destino de este espacio respondiera a un modelo de ciudad que tuviera en cuenta las necesidades de la población
En todo caso, el agujero negro que se halla en el corazón de la parte antigua de la ciudad y que se ha tragado ya más de 25 millones de euros –en un principio estaba presupuestado en 3,9 millones– necesita un uso para poner fin a un culebrón que dura ya más de dos décadas. Lo ideal sería que el destino de este espacio no se tomara como algo aislado, sino que respondiera a un modelo de ciudad que mirara al futuro y que fuera fruto de un plan elaborado que tuviera en cuenta tanto las necesidades de la población como su complementariedad con otros equipamientos y los nuevos retos a que se enfrentan nuestras ciudades. En definitiva, que tanto el futuro de esta estructura como el de tantas otras que esperan una actuación en la ciudad obedezca a una planificación que diseñe la Tarragona de los próximos años. Pero es precisamente esto, una planificación estratégica y un modelo de ciudad, una de las grandes asignaturas pendientes de Tarragona. Y la falta de esta herramienta provoca que se abra un debate cada vez alguien propone un uso en un equipamiento vacío, con la terrible consecuencia de que al final no hay consensos y los proyectos nunca se concretan en realidades. Es hora de aprender de los errores cometidos.