El populismo, amenaza de las democracias

El auge en las urnas de la extrema derecha primero en Suecia y ahora en Italia ha levantado la alarma en toda Europa, que ve cómo la amenaza populista se está convirtiendo en uno de los mayores enemigos de las democracias liberales que desde la Segunda Guerra Mundial han proporcionado seguridad, estabilidad y progreso a los países que lograron consolidar un sistema que, como dicen algunos, es el menos malo de los conocidos.

Claro que también es cierto que las democracias liberales tienen sus sombras, porque las instituciones que las conforman están más a menudo de lo deseable regidas por personas que no siempre responden al compromiso que exige su responsabilidad, ni su capacidad política e intelectual da la medida necesaria para afrontar las decisiones tan trascendentes que comportan sus cargos.

Y a partir de esa ineficacia, incapacidad y falta de categoría de aquellos que medran desde jóvenes en los partidos políticos convertidos en maquinarias electorales para alcanzar el poder a cualquier precio y de la corrupción que provoca una degeneración mortal, aparecen los supuestos salvadores de la patria, los populistas oportunistas sin escrúpulos que prometen lo que los ciudadanos quieren oír, promesas que no cumplen y que generan todavía una mayor frustración. Entonces buscan chivos expiatorios a quienes culpar de todos los males. Por desgracia, son tantos los ejemplos que estamos viviendo –Putin, Trump...– y sufriendo que sería injusto centrarnos solo en unos pocos.

No corren buenos tiempos para la democracia. Posiblemente, porque los políticos tradicionales se han dedicado a cosas diferentes a luchar por el interés y el bienestar de los ciudadanos de a pie, que, frustrados y desengañados, se lanzan a los brazos de opciones populistas sin saber que muchas veces un remedio fácil suele ser peor que la enfermedad. Para reflexionar. Todos.