Otra vez –si es que alguna vez ha dejado de serlo– «es la economía, estúpido» –como le soltó Bill Clinton a George H.W. Bush (padre) en la campaña por la presidencia de Estados Unidos en 1992–. Sí, el curso político que acaba de comenzar estará marcado por la necesidad de hacer frente a un otoño que está a la vuelta de la esquina y que se presenta plagado de presagios catastrofistas. Todo ello para desesperación de un Gobierno progresista que nació con una agenda reformista que se ha visto trastocada por el brutal cambio de escenario provocado primero por la pandemia y ahora por la guerra y sus terribles consecuencias.
El Gobierno tiene ante sí el enorme reto de mantener las políticas sociales e ideológicas que han hecho posible la coalición de izquierdas y a la vez responder a las necesidades de una población en unos tiempos de vacas muy flacas. Cuando el francés Macron pronostica el «final de la abundancia», lanza un aviso para navegantes. Hay quienes piden al Gobierno español que hable con la misma sinceridad y no edulcore sus mensajes en el celofán del voluntarismo para no tener que exhibir mensajes impopulares.
Vienen tiempos duros, muy duros, y eso augura un otoño explosivo si no hay un ejercicio compartido de responsabilidad, de solidaridad y de verdad. La salida de la crisis de 2008 fue aleccionadora a este respecto al evidenciar un aumento de la brecha de la desigualdad y confirmar una devaluación sensible de los salarios. En España, esta realidad puede hacerse ahora más visible y más angustiosa para decenas de miles de familias.
El abono de transporte gratuito o con notables descuentos estrenado ayer y la anunciada bajada del IVA del gas del 21 al 5% son medidas encaminadas a ayudar a las economías de las familias, pero harán falta muchas más propuestas para salir del atolladero sin que nadie se quede atrás. Sí, la prioridad vuelve a ser la economía.