En los últimos meses, las páginas de los periódicos de todo el mundo se han llenado de cifras por muertes atribuibles al calor, de fallecimientos relacionados con la contaminación atmosférica o pérdidas humanas por fenómenos meteorológicos extremos. El aumento de las temperaturas causa estragos en el organismo. Los pulmones y el corazón se ven sometidos a importantes sobreesfuerzos para mantener la presión en los vasos sanguíneos dilatados por una subida repentina de la temperatura. Si no se regula, la tensión arterial cae y puede colapsar el sistema circulatorio provocando fallos en órganos vitales y, finalmente, provocando la muerte.
La temperatura media del planeta con respecto a la era preindustrial (1850-1900) está ya cercana a los 1,5 grados fijados en París. El año pasado fallecieron en 35 países europeos, por causas relacionadas con las altas temperaturas, más de 61.000 personas.
En la actualidad, con un calentamiento del planeta en los últimos diez años de 1,14 grados, se ha elevado los días de olas de calor hasta las 86 jornadas al año. Una cifra que crecerá un 2.150% para el periodo 2080-2100 si se consigue limitar a 2 grados la temperatura media con respecto a la era preindustrial. Con esta proyección, el 48,7% del año, un total de 178 días, serán un peligro para la salud de los más vulnerables por las temperaturas extremas que habrá sobre la Tierra.
Las nuevas condiciones climáticas del planeta están alterando el potencial de muchas enfermedades infecciosas. El dengue, el virus del Zika, la malaria o la enfermedad del chikungunya son virus de latitudes más tropicales, pero que están apareciendo más al norte gracias a una mejor supervivencia de uno de sus principales ‘medios de transporte’: el mosquito tigre.
Ante tal desolador panorama la cumbre climática de Dubái debe tomar decisiones. Si no, la Tierra «será un planeta inhabitable», como ha advertido el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres.