La protesta del campo llegó ayer a Madrid, llenando la capital de tractores y congestionando sus principales vías de acceso. En la protesta participaron unos doscientos payeses de Tarragona. Las tractoradas reflejan un sentimiento de menosprecio por el sector primario acumulado durante años. La arrogancia urbanita pasa ahora una factura que enciende las luces de alarma sobre la falta de relevo generacional de muchas explotaciones agrarias, lo que amenaza seriamente su continuidad, al igual que lo hace la dificultad para que el trabajo en el campo sea sostenible. A partir de la elocuencia, la visibilidad y la contundencia de las movilizaciones sabemos que existen también intentos de manipular y capitalizar desde la extrema derecha o el populismo radical esta rebelión que tiene sus raíces en la contestación a una globalización que amenaza ciertas formas de vida. Por eso, no se pueden deslegitimar las acciones de protesta.
El clamor airado de los agricultores nos interpela a todos a ejercer el diálogo y a ver qué parte de verdad anida en lo que piden
El clamor airado de los agricultores catalanes, españoles y europeos nos interpela a todos a ejercer el diálogo y a ver qué parte de verdad anida en lo que se reivindica. Porque no es lo mismo mejorar los aspectos insuficientes de la Ley de la Cadena Alimentaria que cuestionar de raíz los objetivos de la Agenda 2030. No es lo mismo reforzar los mecanismos de inspección y las sanciones para evitar la venta a pérdidas que arremeter contra la estrategia medioambiental de la Unión Europea y la lucha contra el cambio climático, un fenómeno que también afecta al campo, como evidencia la pertinaz sequía que padecemos. No es lo mismo combatir la burocracia que ir hacia atrás en determinados planteamientos. Es un equilibrio difícil pero necesario. Las tractoradas sacan a la luz un problema que tiene raíces profundas y que requiere soluciones muy complejas. En todo caso, hay injusticias flagrantes que cabe atajar con premura, así como resulta una necesidad lograr que la gente que se dedica a la agricultura pueda ganarse la vida. Porque, como bien dicen los agricultores, «su fin es nuestra hambre».