Ayer en Girona, Octavi Vila, tarraconense, ex alumno del col·legi La Salle, que había hecho la primera comunión en la ermita de Sant Magí y que hasta hace unas semanas era Abad de Poblet, (no sé si se puede ser más tarragoní) tomo posesión del obispado de Girona.
La magnifica catedral de la ciudad del Ter, con su escalinata imponente y su extraordinario “Tapís de la de creació” se puso de largo para un ceremonial antiguo: la entrada de un obispo en culaquiera de sus sedes es algo que nos recuerda la importancia de un poder -el eclesiástico- que a pesar de sus crisis y sus descarrilaminteos, está muy presente en nuestra sociedad.
A su lado le acompañaba el arzobispo de Tarragona, Joan Planellas, gerundense, criado en Verges y ex alumno del Seminari de Girona (no sé si se puede ser más gironí) mientras el resto de autoridades y sobre todo fieles inundaban la catedral.
La conjunción de obsipos es una oportunidad histórica para poner fin a la desconfianza entre Tarragona y Girona
Hasta aquí podría parecer una crónica algo almibarada de un acto más de sociedad en el que se mezlan los políticos, los prelados y los hombres y mujeres de tronío. Pero la ceremonia de ayer es, sobre todo, una oportunidad histórica para poner fin a una frontera sutil y escurridiza, pero más real que cualquier frontera trazada en el mapa: la que separa la Catalunya Vella de la Catalunya Nova.
Una frontera simbólica sabiamente explotada desde Barcelona. Pero el desconocimeinto que gerundenses tienen sobre Tarragona es, sencillamente, una barbaridad.
Y la animadversión que desde el sur de Catalunya se tiene por ese norte privilegiado, mimado y consentido, es una pataleta de criatura celosa e inamdura. Pero la realidad es que esta desconfinaza tiene un anclaje en la realdiad como por ejemplo el caso de los trenes de Media Distancia que hace unos días ya publicamos en el Diari.
Así que aprovechemos la oportunidad. Aunque sea gracias a los obsipos, nunca es tarde si la excusa es buena.
