Opinión

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Hubo un tiempo en que el mundo miraba fascinando la carrera espacial. Otro en que seguimos con vértigo la pugna por descifrar el genoma humano. Cada época tiene su proyecto emblemático, su obsesión colectiva, su hito civilizatorio.

Hoy estamos inmersos en la gran carrera histórica por el control del conocimiento que se esconde en los datos y que solo la inteligencia artificial puede descifrar a la escala que exige el siglo XXI. Trump ha decidido a apostar claramente por liderar ese control viendo que se le va de las manos ante la labor que China ha estado haciendo y que la está posicionando como el mayor productor de conocimiento e innovador del mundo como demuestra en los rankings científicos, en la producción de patentes y en el liderazgo de la economía del conocimiento en sectores de alta tecnología como la movilidad eléctrica y autónoma, las nuevas fuentes de energía, la biotecnología y la robótica.

Así es como Trump presentó hace unos días su gran iniciativa de conocimiento, la Misión Génesis. Una iniciativa que pretende unir en una sola plataforma todos los datos científicos del gobierno estadounidense, los superordenadores del Department of Energy y la potencia investigadora de universidades y empresas para crear modelos de IA capaces de acelerar descubrimientos que hoy parecen inalcanzables. No es un laboratorio. No es un centro de investigación. Es la promesa de un cerebro científico planetario, en esta caso liderado y controlado por los EUA.

Si el siglo XX quiso conquistar el espacio y descifrar la vida, este siglo quiere algo aún más ambicioso: comprender, ordenar y explotar todo el conocimiento disponible. Génesis aborda precisamente ese tema tratando de unificar los datos dispersos de décadas de investigación, combinarlos con supercomputación e IA avanzada y convertirlos en una máquina global de descubrimiento acelerado.

La magnitud es tal que sus defensores lo comparan con una “Revolución Industrial del conocimiento”. Desde biotecnología y energía hasta nuevos materiales, computación cuántica o salud, el potencial es difícil de dimensionar.

En mi libro El liderazgo de las hormigas explico cómo la inteligencia colectiva —cuando está bien conectada— multiplica la capacidad de un sistema hasta niveles imprevisibles. La Misión Génesis parece inspirarse en esa misma lógica: si juntamos todos los datos, toda la capacidad computacional y toda la investigación disponible, el avance científico podría saltar décadas por delante. Yo creo que este es el proyecto del siglo: porque redefine qué significa “investigar” y qué significa “saber”.

La carrera espacial generó tensiones geopolíticas. La carrera del genoma abrió debates sobre patentes y privatización de la vida. La carrera del conocimiento no será distinta. Porque quien controle la misión génesis controlará los datos. Y quien controle los datos controlará el conocimiento. Y quien controle el conocimiento y las innovaciones que se derivan controlará la economía y, por tanto, el mundo.

Y ahí aparece el peligro: una plataforma centralizada, aunque se presente como democratizadora, puede convertirse en la mayor concentración de poder científico de la historia. Una herramienta capaz de decidir qué se investiga, qué se oculta y qué se prioriza.

En El liderazgo de las hormigas advierto sobre dicha concentración y aviso sobre las brechas que surgen cuando unos pocos gestionan la información. Si Génesis se convierte en un proyecto cerrado, controlado por intereses políticos o corporativos, podríamos convertirnos en desiertos del conocimiento. Si queremos que Génesis sea realmente el proyecto del siglo , y no el riesgo del siglo, deberíamos diseñarlo a escala planetaria y con una visión radicalmente diferente: abierto, cooperativo, descentralizado, interoperable y global.

No una megaplataforma de datos en manos de un país, sino una red internacional donde laboratorios, universidades, instituciones y comunidades científicas compartan información bajo estándares comunes y gobernanza distribuida. Nunca en la historia hemos tenido tan cerca una herramienta tan transformadora y a la vez con tanto riesgo.

Solo así evitaremos que esta nueva carrera repita los errores del pasado.

Solo así la inteligencia artificial será una herramienta colectiva, no un arma de control.

Solo así convertiremos este potencial deslumbrante en progreso para todos. La Misión Génesis puede ser, de verdad, el proyecto del siglo: el que nos permita avanzar hacia un conocimiento ilimitado, una ciencia más rápida y una humanidad más preparada.

Pero para viajar “hasta el infinito y más allá”, primero debemos decidir a quién pertenece ese conocimiento infinito. Y ahí es donde se juega la verdadera Misión humanidad.

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