Ha sido como un cuento de “Mary Castaña”, no en el sentido que se les da a las historias escritas o contadas para niños, sino en el de cuentos para mayores, es decir, puras y simples mentiras. Lo que muchos habían dicho de que se respetarían las listas más votadas, o de que incluso se habían adoptado como acuerdo post-electoral, ha caído como un castillo de naipes, entre el alto mando de unos cuantos partidos bastante vocingleros y las malas palabras de los directamente afectados por lo que llaman un sinsentido, la llegada a los puestos de arriba de gentes que no tenían apoyos suficientes, pero que los han logrado acostándose con “extraños compañeros de cama”. De las listas más votadas, ni mu.
Las pasadas elecciones municipales y las autonómicas parciales han supuesto una absoluta pequeña revolución, que, seguramente, no sentará demasiados precedentes, aunque si pienso que van a traer una consecuencia, a no mucho tardar. El hecho de que se hayan producido uniones “contra natura” es muy probable que nos traigan en poco tiempo divorcios consecuentes, es decir separaciones a todo trapo, y por derivación de dichas separaciones, mociones de censura con defenestraciones de alcaldes; presidentes autonómicos que en breve tiempo se encontrarán extenuados, sin fuerzas para poder llevar adelante un mínimo de sus proyectos, y , en muchos momentos, se producirá una absoluta ingobernabilidad.
Si nos ponemos a contemplar nuestro cercano mapa, es decir los principales municipios de nuestra provincia, yo pondría dos excepciones a una desorbitada regla, que sin duda morirá por estallido. Me refiero a los ayuntamientos de Tarragona y Reus, por no ir más lejos, donde los alcaldes repiten, sin necesidad de matrimonios de conveniencia, y con minorías que no llamaremos absolutas, pero en ambos casos dentro de la absoluta sensatez. Si en ambos casos, hasta ahora, se hizo lo que se pudo, a partir de ahora, también en minoría, es lógico pensar que se puede continuar.
Si hubiese que cambiar la ley electoral, como parece que va a intentarse, al objeto de instaurar la doble vuelta, lo lógico es que ambos alcaldes ganarían igualmente sus correspondientes poltronas. En la primera o en la segunda vuelta, que igual da. Casi van a gobernar tan tranquilos como los alcaldes que fueron en lista única, en pueblos pequeños, porque allí no se votó a partidos, sino a las personas, conocidas y admitidas de antemano.
Lo que sería insensatez sería dejarse llevar por una sensación de mal trago, difícil de digerir, y ponerse a hacer cambios por el simple hecho de cambiar, entendiendo que dejar las cosas como están sería tanto como llevarnos a una debacle. Y no hay tal, aunque existan personas o grupos que decididamente nos quieran hacer creer que el bipartidismo ha muerto, o que estamos ante un absoluto cambio de ciclo, porque cuatro o cinco grupos, más o menos numerosos han conseguido, bien solos, o bien con apoyos poco claros, acomodarse por un tiempo en los escaños que puedan entenderse “per in saecula saeculorum”, cuando la experiencia nos dice que no hay nada tan fugaz como un tiempo en política. Lo más normal es un periodo de cuatro años. Lo más ilógico es hacerse con un escaño por más de veinte. Y lo más tonto es pensar que has logrado un asiento para toda una vida, sosegada, bien pagada, sin sobresaltos, sin miedos y en plena felicidad. Cuando lo auténtico debería ser una inequívoca interinidad, dura, sufrida y mal pagada.
Los primeros días de esta reciente etapa, que posiblemente no será excesivamente larga, nos ha traído escaramuzas, enfrentamientos, palabras altisonantes y emparejamientos que no casan. El que un mismo agrupe a los marxistas en una ciudad, y a los conservadores en la de al lado suena raro, pero viene a demostrar que se impone un aprendizaje, y que si no se aprende el escarmiento será pronto y lastimoso, con daños irreparables para los partidos que caben en un taxi; y con daños menos dolorosos para quienes usan el tren de alta velocidad, pero daños al fin y al cabo. Los beneficios, en cambio, van a ser escasos para la mayor parte de estos raros grupúsculos que, creyéndose la sal de la tierra, han llegado a verse como absolutos triunfadores, capaces de lograr en pocos meses el dominio de las masas, imponiendo modos y modas de gobernar totalmente inconvenientes, descarados, promíscuos, irreverentes, mal hablados, descamisados, malsonantes y hasta nudistas. Lo malo es que esta moda se contagie. El ver al presidente de una comisión dirigirla en camiseta es algo típico y hasta gracioso. Pero ver a toda la comisión en taparrabos sería para echar a correr. Yo vi una vez a una veintena de diputados catalanes, salir por la puerta trasera del Congreso, para atiborrarse de croquetas en un bar cercano, y a renglón seguido marchar a todo trapo hacia Barajas, sin esperar al vuelo siguiente para Barcelona. Previamente habían protestado de forma sonora, pero guardando las formas. Ahora nos esperan otras maneras, pero que conste que me gustaría equivocarme.
¿Quién ha ganado las elecciones municipales últimas?. Que alguien lo diga, pero me temo que nadie aceptará decir que las ha perdido.
En cambio, de las listas más votadas nunca más se supo. Otra vez les ha pasado como al finado Fernández.