La apertura de una sucursal del Museo Hermitage en Barcelona ha fracasado. La oposición del Ayuntamiento, liderado por Ada Colau, ha sido un torpedo en la línea de flotación del proyecto, que ha hecho desistir y tirar la toalla a sus promotores, un fondo de inversión suizo-luxemburgués, ante las escasas perspectivas de que la alcaldesa pierda el timón del consistorio en las próximas municipales.
Y eso que la oferta era golosa, según las previsiones: 52 millones de euros de inversión, construcción de un icónico edificio para albergar el museo, diseñado por el arquitecto japonés Toyo, que se nutriría del inmenso fondo del Museo Hermitage de San Petersburgo, creación de 400 puestos de trabajo, y casi un millón de visitantes anuales. Tan golosa que ante el fiasco de Barcelona, 23 ciudades españolas -entre ellas Madrid- y una decena europeas, se han ofrecido para acoger la inversión, recordando, quizás, la transformación que el Guggenheim supuso para Bilbao, una ciudad antes afeada por la herrumbre y la suciedad.
¿Y por qué no Tarragona? La idea no es mía. Me la prestó Toni Martorell, uno de esos amigos que te regala la vida en la fase otoñal. Y quizás tiene razón: nuestra ciudad está dentro del radio de lo que podemos considerar la gran Barcelona, a una hora de distancia en coche o autobús por cualquiera de sus dos autopistas y en tren, y tiene aeropuerto a diez minutos. Además, existe un precedente de proyecto en nuestras comarcas con el nombre de la capital del Principat: Barcelona World. La Savinosa y la Tabacalera serían dos espacios dignos para albergar un huésped tan ilustre como el Museo Hermitage.
¿Ilusos? Quizás. Pero también tildaron de ilusa a la alcaldesa de Estrasburgo cuando propuso su ciudad como sede del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, y hoy es el principal parque temático de instituciones europeas, solo superado por Bruselas.
Otra idea en línea con la anterior surgió del acuerdo del Consejo de Ministros del día uno, en virtud del cual los organismos estatales que se creen a partir de ahora tendrán su sede fuera de Madrid, salvo que razones especialmente motivadas impongan su ubicación en la capital. Con esta fórmula se pretende descentralizar las instituciones públicas, potenciar su papel vertebrador, reforzar la cohesión social y ayudar a redistribuir la riqueza.
Esta tendencia centrífuga tiene precedentes tangibles en los últimos lustros, como la ubicación en 2006 del Instituto Nacional de Ciberseguridad (Incibe) en León, donde trabajan 140 personas, lo que implicó el aterrizaje del mismo número de familias; o el traslado a Soria del Centro de Datos de la Seguridad Social que se producirá en 2024, con 60 empleos directos, y el Centro Nacional de Fotografía, con un presupuesto de 4,5 millones de euros; y, por último, el Centro Nacional de Investigación y Almacenamiento de Energía, que se está construyendo en el campus universitario de Cáceres.
Según el acuerdo del Gobierno, los ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas podrán proponer ciudades candidatas para los proyectos estatales que salgan en el futuro, los cuales se adjudicarán en base a varios parámetros, entre ellos el índice de paro y el número de instituciones del Estado en la zona. Tarragona podría ser una de ellas, pues además de tener un índice de paro no pequeño, carece de organismos estatales al margen de los obligados por la capitalidad. Aunque la idea es válida para cualquier otra ciudad que se crea con derecho y energías suficientes para afrontar una aventura de estas características.
En una primera aproximación se me ocurren tres sedes de organismos estatales que podría instalarse en la vieja Tarraco: El Instituto del Corredor Mediterráneo u organismo de denominación similar, para gestionar y dirigir, in situ, esa vital infraestructura. Avalarían la decisión razones históricas, en tanto que capital de la provincia romana por donde transcurría la vía; geográficas, pues Tarragona está ubicada en un punto intermedio del recorrido; y prácticas, dado que podríamos ofrecer, a costo cero, edificios y lugares adecuados para la instalación. El Instituto del Vino, ya que aquí tenemos el conocimiento que proporciona la Facultad de Enología, la experiencia de DO punteras, como Priorat, Montsant, Terra Alta e incluso Tarragona, y en nuestro entorno existe una cultura del vino milenaria, que hoy se canaliza a través de una red de excelentes restaurantes. Por último, el Instituto de la Energía, de la Química, o similar, pues pocas provincias generan tanta energía y tan variada como la nuestra: nuclear, Vandellós y Ascó; eólica, con numerosos molinos en el territorio; solar, con un número elevado de horas de insolación; e incluso la derivada de la energía química, con el polo químico más importante del sur de Europa.
Llegados a este punto, sugiero que el Ayuntamiento de Tarragona se postule como candidato a albergar en nuestra ciudad el Museo Hermitage, y cualquier sede estatal surgida del acuerdo descentralizador, proponiendo, incluso, la creación de alguno de los tres institutos citados.
El alcalde Pau Ricomà tiene la palabra, aunque la iniciativa también puede partir de Noemí Llauradó, presidenta de la Diputación. Estamos ante dos oportunidades singulares muy beneficiosas. Aprovechemos la ocasión. Por ofrecerse que no quede.