Aunque el verano meteorológico todavía no ha terminado, el final del mes de agosto nos devuelve lentamente a la rutina. Algunos psicólogos hablan del síndrome ‘postvacacional’, a otros sinceramente nos produce hilaridad pensar que tener trabajo y derecho a unas vacaciones pueda convertirse en un gran problema al retomar la tarea. No hay más que mirar alrededor para darse cuenta de que somos una sociedad privilegiada, especialmente ante la mirada de centenares de miles de emigrantes que se juegan a diario la vida por poder llegar a nuestra vieja Europa.
Primero fue el drama de las pateras y los miles de muertos ahogados por no llegar a buen puerto. Ahora el drama se ha extendido al ferrocarril en Calais y a las autopistas que cruzan Hungría y llegan a Austria. Setenta y una personas asfixiadas en un camión frigorífico. ¿Qué más nos queda por ver? Desastres humanitarios por tierra, mar y… aire? ¿No habrá alguna mafia que pretenda lanzar emigrantes en suelo europeo en paracaídas que después no se abrirán por ser defectuosos?
Supongo que los brillantes servicios de inteligencia de nuestra UE ya deben estar al tanto. No sé por qué los malos siempre nos llevan la delantera. ¿Podemos hacer algo más? Nos queda rezar y esperar que nuestros representantes en el Parlamento de Cataluña, en el Congreso de los Diputados y en el Parlamento Europeo se pongan pronto de acuerdo. ¿Aumentar las cuotas de inmigrantes en nuestros países? ¿Ayudar de manera eficaz en los países de origen aunque allí no haya un interlocutor válido? El final del verano está cerca y seguramente con él las mafias se tomarán un descanso pero no pensemos que el problema estará so- lucionado. Ojalá nuestra vieja Europa afronte con éxito este drama y pronto podamos erradicar esta nueva lacra.