Laurent Simons es un niño superdotado belga de 11 años que acaba de obtener su licenciatura en Física en la Universidad de Amberes con un promedio de nueve sobre diez, con honores, logrando un diploma con «cum laude» y en un solo curso, como se había fijado, en lugar de los tres que, como mínimo, requieren estos estudios.
El pequeño Laurent siempre ha sido precoz: comenzó la escuela Primaria a la edad de 4 años y accedió al equivalente a un Instituto de Secundaria con solo seis, completando esta etapa en 18 meses, cuando esto se obtiene en ocho años, y entró en la universidad con 9 años. Ahora se propone realizar un master en Física que no sabe cuánto tiempo le llevará, aunque asegura que no lo hace por batir un récord –no podría; en 1994, el estadounidense Michael Kearney se graduó con 10 años en la Universidad de Alabama del Sur, donde estudió Antropología y fue distinguido con el «World Guinness Record» al graduado universitario más joven–, sino para lograr su objetivo, que es «poder reemplazar tantas partes del cuerpo como sea posible con órganos fabricados».
Será una gran noticia que Simons consiga su propósito y logre ayudar con su don a tantas personas que puedan necesitar los órganos. Pero, qué quieren que les diga; si fuera mi hijo yo preferiría verle, más que batir récords de precocidad y convivir con jóvenes que doblan su edad, jugar con otros niños, montar con ellos en bici, bañarse con ellos en la piscina o la playa, disfrutar de los amigos, de los juegos… de esa etapa tan maravillosa de la vida. Ojalá también sea superdotado en este sentido.