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    Progreso y seducción

    12 abril 2024 19:53 | Actualizado a 13 abril 2024 07:00
    Josep Moya-Angeler
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    La esperanza, atributo animal exclusivamente humano, es el gran asidero para evitar su antitético: la desesperación. La esperanza se nutre de impulsos muchas veces injustificables, pero nace de la necesidad que tenemos de que el futuro nos depare algún elemento positivo. La esperanza nos mantiene impulsados por el deseo, otro recurso creado desde la angustia para no ser castigados por una cruel realidad. Necesitamos ser seducidos por algo o alguien para seguir erguidos. Y para ello, nada más atractivo que el progreso, esa impresión de que se avanza en la vida y se prospera. Detenerse es desesperarse, antinatural.

    Necesitamos ser seducidos por algo o alguien para seguir erguidos. Y para ello, nada más atractivo que el progreso, esa impresión de que se avanza en la vida y se prospera

    El progreso es la constatación de nuestra capacidad de mejorar en este imperfecto mundo. Surge de la voluntad de avanzar positivamente. Si progresamos, evidenciamos que tenemos talento para ir más allá de cuanto se nos dio y tuvimos tiempo atrás. Y eso nos satisface. Saber que progresaremos, al precio que sea, tiene una capacidad de seducción extraordinaria. Hasta el punto que a ciertas obsesiones profesionales y políticas se las llama y considera equivocadamente como «la erótica del poder».

    Vivimos actualmente en un mundo que, aunque va a la deriva y es amenazadoramente autodestructivo, mejora. Los cifras son evidentes y no engañan: contaminamos un poco menos que hace diez años y los países se han comprometido a que la mejora se note en los próximos seis años. La conciencia de respetar y mejorar el ambiente crece día a día. El cambio climático podrá suavizarse en un futuro que ya tocamos reduciendo contaminantes ambientales, y hay esperanzas importantes en que las amenazas de destrucción del planeta se frenen. Esto es lo más notable del progreso.

    Deberá instalarse en el convencimiento de todos la idea de que hay que multiplicar los esfuerzos por salvar este pequeño mundo del que no podemos salir

    Todo ello debiera seducirnos, en especial si añadimos los avances de la ciencia médica. La esperanza de vida aumenta. Por otra parte, la tecnología ayuda a que consumamos menos elementos que generen residuos tóxicos y a que ahorremos energía. El progreso actual es altamente positivo, ya lo estamos viviendo. Pero, para que avance más y mejor, necesita del convencimiento de todos porque estas tímidas mejoras son insuficientes.

    Deberá instalarse en el convencimiento de todos la idea de que hay que multiplicar los esfuerzos por salvar este pequeño mundo del que no podemos salir. El premio será no solamente mejorar el aire que respiramos y la naturaleza, sino también y de manera especial anular esa angustia vital que comienza a dominarnos con una desazón pesimista. El pesimismo es contrario a la esperanza, pero es habitual que tenga una base razonable e incluso sólida.

    Por mucho que nos digan que un pesimista es un optimista bien informado, la seducción de un futuro mejor puede con casi todo. Pero ese bálsamo que se nos ofrece debe acompañarse con la acción decidida y el compromiso personal de que hemos de aportar nuestro esfuerzo personal. Ora et labora, decía la sentencia, aplicable a toda esperanza. En palabras cervantinas, «a Dios rogando y con el mazo dando». Elija el lector la que más le agrade, pero no deje de hacerla realidad.

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