Inocente en prisión

«Es preferible que cien culpables puedan escapar a que un solo inocente sufra», escribió en 1785 Benjamin Franklin haciendo bueno el aforismo creado por el inglés William Blackstone en el siglo XV y que es uno de los pilares en los que se asienta el derecho penal moderno. Y basta conocer la historia de Tomás Martínez para corroborarlo. Este hombre tenía 40 años, dos hijas y una mujer que lo quería.

Se ganaba la vida como técnico frigorista, aunque su verdadera pasión era el mar. Y estaba pescando en una playa de Marbella un día de 2010 cuando de un cañaveral irrumpió un grupo de personas y le dijeron que se quedara tranquilo, que siguiera sentado en su silla. Así lo hizo. Al poco escuchó el motor de una neumática y, cuando ya llevaban un buen número de fardos descargados, apareció la Guardia Civil.

El caso es que lo detuvieron y pasó un año en la cárcel. Un infierno, mientras su mujer trataba de mantenerse a flote con dos niñas de 8 y 9 años a las que les dijeron que su padre se había ido de viaje. La familia se convirtió en asidua de Cáritas. Su abogada descubrió su inocencia por una casualidad y Tomás fue absuelto en un juicio celebrado en 2015. Recuperó la libertad, pero no su vida. Al menos, no completa.

Sobrevive con una pensión no contributiva de 446 euros y no ha vuelto a pescar desde hace cuatro años, los mismos que lleva en un pequeño pueblo de Badajoz al que se mudó tratando de olvidar. Pero no puede. ¿Quién le devuelve todo lo que perdió?