La paz ya no parece ser el camino

Hay ocasiones –de hecho, cada vez me sucede con más frecuencia– en que siento que, a pesar de todos los avances tecnológicos de los que nos hemos dotado en los últimos tiempos y de la entrada en nuestras vidas de la inteligencia artificial, este mundo está dando pasos agigantados hacia atrás, hacia el oscurantismo y las cavernas, hacia tiempos que algunos ilusos creíamos felizmente superados. Sí, ya sé que hay muchos ejemplos que fundamentan este temor. Pero quizá ninguno tan elocuente como el de esa mujer rusa que ha sido condenada a ocho días de detención y a pagar una multa de 400 euros por un tribunal por cometer el terrible e imperdonable delito de escribir «No a la guerra» en la papeleta con la que votó en las recientes elecciones presidenciales de aquel país, una opereta que ha dado a Putin su quinta reelección al frente de Rusia. El tribunal de San Petersburgo que impuso las sanciones a la votante argumenta su decisión en la consideración de que la acusada ha «degradado la propiedad estatal y desacreditado a las fuerzas armadas rusas». Tal cual. Y se quedan tan anchos. Sí, ahora la paz está mal vista. No querer la guerra es cosa de peligrosos activistas a los que hay que perseguir y encarcelar. Es un discurso antisistema. ¿Apelar al diálogo y la negociación como vías para solucionar los conflictos? No, hombre, eso es fatal. Ahora lo que se lleva, incluso en esta vieja Europa que en otros tiempos fue un baluarte de los valores y los derechos humanos, es el rearme, el aumento del gasto en armas, tanques y misiles para hacernos respetar y ser alguien. Y la vuelta al servicio militar obligatorio, para ellos y para ellas. ¡Dios mío, cuánta y qué terrible involución! Por favor, paren el mundo, que yo me bajo.