Nunca dejan de sorprenderme esos gobernantes, ya sean de países, de grandes ciudades o de pequeños pueblos, que se empeñan en elaborar leyes no contra la pobreza, sino contra los pobres.
Y créanme que haberlos, haylos. Sí, ya se sabe que a los alcaldes les gusta tener una ciudad ordenada y bonita, lo que choca con la indigencia, tan fea y tan sucia ella. Y, como para estos ‘prohombres’ resulta más fácil arremeter contra los pobres que tratar de frenar las causas que los generan, se vanaglorian de sacar normas que les persiguen e incluso multan, como si estuvieran en posición de pagar las cantidades que les piden.
Es lo que ha implementado Grants Pass, una pequeña ciudad del estado de Oregon, en Estados Unidos, que castiga a las personas por dormir con mantas al aire libre y que, en última instancia, busca atacar a la gente sin hogar.
Los infractores de estas leyes se enfrentan a multas de al menos 295 dólares, a la prohibición de entrar en parques –no vayan a encontrar allí un lecho, aunque sea de hierba, donde dormir– e incluso a una infracción criminal por reincidencia, castigable con hasta 30 días de cárcel y una multa de 1.250 dólares.
La norma ha suscitado una gran polémica –menos mal– e incluso ha llegado hasta la Suprema Corte de Estados Unidos, que estudia su posible inconstitucionalidad. Parece evidente que la intención del alcalde de este lugar no es cobrar estas sanciones.
Se trata más bien de criminalizar a los pobres, de castigarlos por no tener un techo bajo el que cobijarse, por no tener a dónde ir; se trata de quitarse el problema de encima. No resolviéndolo –por Dios–, solo intentando que abandonen su ciudad, no vayan a estropear su imagen. ¡Qué mundo tan cruel y tan injusto! ¡Qué líderes tan mediocres!
