Como suele ser habitual con el inicio del nuevo curso, también este año hemos escuchado altisonantes y solemnes palabras en boca de nuestros representantes políticos sobre la importancia de la educación. Incluso hemos visto a muchos de ellos mezclarse entre alumnos y profesores para entrar a las aulas y hacerse las infaltables fotos de rigor, para que todos veamos su incuestionable compromiso con tan elevada misión.
Efectivamente, la educación es uno de los pilares fundamentales de nuestra sociedad. A ella confiamos la formación integral –porque a la escuela no solo se va a adquirir contenidos, sino también a socializar con los primeros amigos y a aprender a transitar por la vida con una serie de valores como el compañerismo, la solidaridad, la empatía, el respeto, la tolerancia...–.
Sí, no cabe duda de que la educación de nuestros hijos es –debe ser– primordial para cualquier país, toda vez que está invirtiendo en la formación de los líderes del futuro, por lo que los colegios han de ser espacios aptos para todo este aprendizaje.
Y esto que parece tan obvio se derrumba cuando uno se topa de frente con la crudeza de la realidad, con niños y padres que deben llevar sus ventiladores a la clase porque la temperatura, superior a los 35 grados, es insoportable e impide la mínima concentración. Y esto es solo un ejemplo de nuestra precaria educación. ¿Acaso no era una prioridad de primer orden? Pues señores políticos, ya es hora de que comiencen a tratarla como a tal.
