Profesores armados en el colegio

Uno pensaba, en su ingenuidad, que habíamos evolucionado algo, que caminábamos hacia un mundo mejor, pero hay hechos –demasiados– que nos demuestran que no, que estamos inmersos en una peligrosa involución que nos devuelve a los tiempos de la barbarie. Es lo que se desprende de esa decisión aprobada por el Senado del estado de Tennessee que, merced a la mayoría republicana, ha aprobado una ley que permite a los profesores ir armados a los centros educativos, sin duda la mejor forma para combatir las matanzas por desgracia tan habituales en colegios de Estados Unidos. Argumentan estos señores, haciendo buenas las leyes del Salvaje Oeste, que solo un hombre bueno armado puede parar a uno malo. ¡Dios mío, qué gran noticia para John Wayne si levantara la cabeza! Eso sí, los maestros tendrán que pasar un examen psiquiátrico –¿no se les supone estar en su sano juicio si han de enseñar a niños?–, seguir un entrenamiento sobre las políticas del colegio y tener un número de horas de práctica de tiro. Ah, y los padres no podrán saber si el profesor de sus hijos está armado o no. Las familias de algunos colegios, entre ellas las de la escuela Covenant de Nashville, que vivió el año pasado un tiroteo protagonizado por una exalumna convertida en hombre transgénero que dejó tres niños de nueve años muertos y tres profesores de 60 y 61, se han mostrado especialmente «decepcionados» por la medida. No es para menos. ¿Qué ocurrirá si un profesor pierde la cabeza? ¿No les ha dado por pensar –me temo que quizá es pedirles demasiado– que la solución no es dar armas al maestro, sino impedir el acceso a los menores a pistolas y rifles? Lo dicho, volvemos al Salvaje Oeste.