Querido Pablo

Ayer me desperté conmocionado con la noticia de la muerte de Pablo Milanés, el máximo exponente, junto a Silvio Rodríguez, de la nueva trova cubana. ¡Qué cruel que su fallecimiento coincidiera con la celebración del Día Internacional de la Música! Sus canciones formaron gran parte de la banda sonora de mi adolescencia y juventud, aunque nunca he dejado de disfrutar con sus temas, muchos de ellos auténticos himnos. Él nos dejó en Yolanda –dedicada a su segunda esposa, Yolanda Benet– una de las mejores declaraciones de amor que se hayan hecho jamás; nos enseñó en Yo no te pido que para amar no es necesario firmar diez papeles grises ni «que me bajes una estrella azul», sino que basta con que «mi espacio llenes con tu luz»; en El breve espacio en que no estás nos dijo que el amor no es posesión –«La prefiero compartida antes que vaciar mi vida...»–; también nos hizo reflexionar cantando que «la vida no vale nada si no es para perecer porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama (...) La vida no vale nada si tengo que posponer otro minuto de ser y morirme en una cama...». Sí, Pablo Milanés, un hombre comprometido con su país que defendió la revolución cubana para luego caer en la frustración que producen los sueños rotos, se ha ido. Dicen que uno no muere del todo mientras haya quien le recuerde. Entonces no lo hará; nos queda su impresionante legado, sus canciones y el sonido imborrable de su voz. Hasta siempre, Pablo. Y gracias por tanto.