Hace un año que Rusia inició la invasión de Ucrania. Un año marcado por la destrucción, la muerte de miles de personas y el sufrimiento de muchas más. Un año de la salida masiva de ucranianos –sobre todo, mujeres y niños– que huían de la guerra –imposible no conmoverse al recordar aquellas imágenes de despedidas familiares en las estaciones de tren–. Un año en el que los bombardeos y la brutalidad han arrasado ciudades enteras. Un año en el que hemos asistido a atroces crímenes de la humanidad que nos han devuelto a los tiempos más oscuros y trágicos de nuestra historia. Un año en el que la economía de todo el mundo se ha visto sacudida por un conflicto que ha disparado los precios de los combustibles y de los alimentos y que ha contribuido en gran medida a la desesperante situación de hambruna que padecen varios países del cuerno de África, donde a la pertinaz sequía se ha unido la falta de cereales que antes llegaban de los países hoy en guerra. Un año en el que la estupidez humana ha vuelto a demostrar su carácter de infinita. Porque, ¿acaso no es estúpido que a estas alturas, en lugar de buscar salidas pacíficas a esta crisis de forma urgente, estemos hablando de tanques y de la necesidad de fabricar municiones? Sí, ha pasado un año, pero hemos retrocedido muchas décadas, en todos los sentidos.
Un año de barbarie, destrucción y muerte
23 febrero 2023 19:47 |
Actualizado a 24 febrero 2023 07:00
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