La temperatura no pasa de los 15 grados en París y tenemos el fuego encendido. Temperatura y tristeza. Se murió Françoise Hardy tras luchar contra un cáncer y su desaparición añade una capa más de perplejidad a la realidad francesa.
Macron inicia su rueda de prensa y no funciona el sonido. ¿Presagio? Tampoco funciona nada de lo que dice o al menos así lo creen una mayoría de franceses. Igual será porque Hannah Arendt tenía razón –siempre tenía razón–. Decía que cuando todo el mundo nos miente, el resultado no es que nos creamos las mentiras, sino que ya no nos creemos nada. Un pueblo que no se cree nada, no puede tener una opinión informada, está privado de su capacidad de reacción, de pensar y, sobre todo, de juzgar. Y con un pueblo así, cualquier manipulación es posible.
Arendt vivió en París huyendo de la Alemania nazi junto a Walter Benjamin en 1933. Ella cruzó los Pirineos y se instaló en EEUU. Benjamin se quedó en Portbou porque no quería abandonar sus libros. Hay una plaza con el nombre de Hannah en el distrito 19 de París. Tiene 27 metros de largo por 25 de ancho. Es fea y anodina. Quizás le querían rendir homenaje, pero parece una venganza. No tiene ni un árbol, ni una fuente. Imposible pensar en ella.
