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    ¿Deben abrirse al turismo las ciudades santas?

    11 enero 2023 19:16 | Actualizado a 12 enero 2023 07:00
    Martín Garrido Melero
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    Hace justo un año estuve allí. No pensaba escribir sobre este viaje por diversos motivos. El periodista Tomás Alcoverro en un artículo publicado en La Vanguardia hace unos días menciona el viaje, sin revelar nombres, pero describe a su autor con datos tan claros que algunos me han llamado para para que les dé consejos de cómo llegar.

    A mediados del siglo XIX el viajero Richard Burton, saltándose todas las prohibiciones que impiden a un no musulmán entrar en los lugares más sagrados del Islam, logró pasar allí una temporada. Luego escribió tres tomos sobre esta visita, en la que relata los pocos no musulmanes que hasta la fecha habían conseguido entrar. Pisar tierra santa podía costarte la vida.

    Arabia Saudita ha sido hasta hace poco uno de los países más complicados de visitar, al menos para un turista no musulmán. Por el contrario, para los musulmanes es el viaje turístico por excelencia, un viaje que llevan haciendo, los que pueden, desde los tiempos de El Mensajero.

    Si visitan los alrededores de la Mezquita del Profeta en Medina o las proximidades de la Kaaba van a experimentar sin ninguna duda una cierta contradicción. La misma, por otra parte, que nos invade cuando vamos a Fátima o a Jerusalén. ¿Nos encontramos en un lugar Santo, el más Santo de los lugares, o por el contrario en un puro parque de atracciones que se parece más al Caribe que a otra cosa? Alojarse en el famoso hotel del reloj de la Meca, con vistas directas al monumento, te recuerda directamente a los salones de un crucero convencional. Estar en el Hilton con vistas directas a la Gran Mezquita y a la Tumba del Profeta no se diferencia de otros Hilton del mundo, salvo quizás porque está lleno de musulmanes del Cáucaso que dan miedo si los vieras en otro lugar. Aquí y allí hay tiendas, en las que, junto a objetos y libros religiosos, se ofrece al visitante todo tipo de joyas, perfumes, vestidos y mobiliario suntuoso. Se viene a gastar y a consumir.

    La apertura de Arabia Saudita al turismo, una iniciativa del Príncipe Heredero, ha puesto en cuestión si la prohibición religiosa que impide a un no musulmán visitar Medina (la ciudad Santa) y la Meca deben ser abolidas

    Y al mismo tiempo todos, incluso las mismas personas que van de compras al salir del rezo, se sumergen sinceramente en las profundidades del espíritu. Ir a Medina y a la Meca se convierte para muchos en un fin en busca de la Verdad, de la general y de la propia, en algo que nos acerca a Dios y nos descubre los misterios de nuestra alma.

    Los dos mundos, el material y el espiritual, están tan cercanos en estos lugares que llegan a confundirse, de la misma forma que nos sucede cuando vamos a la Tumba de Nuestro Señor en la Ciudad tres veces santa de Jerusalén. El mundo musulmán, más que el cristiano, y eso le hace más próximo y cercano al creyente, no convierte en enemigos estos dos mundos, sino que intenta por todos los medios que sean compatibles.

    Hay otra sensación que casi con seguridad ustedes experimentarán. ¿No estarán locos todas estas personas que dan siete vueltas a la Piedra vestidos con una túnica blanca y con la mirada en el más allá? Jerusalén también produce esta sensación, la de pérdida de la realidad y la caída en la locura más absoluta, que seguro ustedes habrán experimentado en la ciudad, que tiene además el terrible encanto de las tres religiones.

    Pero cualquier creyente sabe que la pregunta es al revés. ¿No estarán locos esos seres humanos que pierden el tiempo sin preguntarse nunca sobre el Misterio? La mezcla de irrealidad y locura de las ciudades santas, y Medina y la Meca lo son por excelencia, nos acercan sin duda a Dios.

    El riesgo, no obstante, de esta abolición, es claro. Acabar convirtiendo Medina y la Meca en una pura farsa, perder esa espiritualidad, que todavía distingue al turista religioso musulmán del occidental.

    Sólo hay un peligro que acecha. El peligro es el mismo que está acabando con muchos lugares en otras partes del mundo, hasta el punto de convertirlos en una feria y en una pura carcasa si ningún contenido real. El turismo de masas, un turismo que no busca nada más que el puro consumo, globalizado, carente del más mínimo sentido espiritual, profundamente materialista y absolutamente aburrido, que no hace el mínimo esfuerzo para darse cuenta de que las realidades geográficas y humanas son muy diferentes y que las verdades de su país o de su mundo son solo eso. Un turismo que lo mejor que podría hacer es quedarse en casa e irse al bar de al lado, porque van a venir sin darse cuenta que ha viajado, porque realmente no lo han hecho.

    La apertura de Arabia Saudita al turismo, una iniciativa del Príncipe Heredero, una apertura que se pretende que sea gigantesca en los próximos años, ha puesto en cuestión si la prohibición religiosa que impide a un no musulmán visitar Medina (la ciudad Santa) y la Meca deben ser abolidas. Una prohibición que hace que incluso muchos viajeros experimentados no se atrevan a incumplirla, o que lo hagan con cierto miedo y prevención. Ustedes responderán seguramente que no hay ninguna razón para no hacer lo mismo que hacen los cristianos en el Vaticano o en Jerusalén.

    El riesgo, no obstante, de esta abolición, es claro. Acabar convirtiendo Medina y la Meca en una pura farsa, perder esa espiritualidad, que más o menos profunda, y más o menos sincera, todavía distingue al turista religioso musulmán del occidental. Destruir la búsqueda de Dios para acabar convirtiendo todo en un becerro de oro es un riesgo demasiado peligroso para atrevernos a dar una respuesta. No hace falta ser musulmán para ir a Medina y la Meca, pero si uno no experimenta la necesidad de creer estando allí, habrá perdido el tiempo suyo y el de los demás. Y no se habrá enterado de nada.

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