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    El olvido que seremos

    08 septiembre 2023 19:46 | Actualizado a 09 septiembre 2023 14:00
    Elena Moreno Scheredre
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    Confinada por el coronavirus, observaba desde mi atalaya febril este país, que emite noticias como para que uno no se detenga a reflexionar sobre lo relevante. Sin plataformas y sin parchís, me acalambré al mando de la televisión, con esa tontera enajenada que proporciona el virus, y me dejé arrastrar por la actualidad. «Voy a ponerme al día». Como no voy al mercado, ni hablo con mis vecinas cuando cuelgo la ropa, porque tengo secadora, y mi madre ya no está para anclarme a lo cotidiano, me entregué a las tertulias, ocupadas íntegramente por un chico, hijo de un actor que ha descuartizado a su amigo.

    Había conexiones con Tailandia, forenses, expertos en leyes internacionales. Estaba a punto de hacer un máster de policía judicial cuando Rubiales se agarró los atributos, dio «un piquito» y el innombrable pasó a portada; las mismas tertulias que hablaban del descuartizador desvelaban ahora las características del personaje, la estructura dictatorial de la Federación y las excelencias del deporte rey. Estaba en plena inmersión futbolística cuando su madre, henchida de dolor, inició una huelga de hambre, refugiada en el camarín de la Virgen de la Divina Pastora de Motril.

    Este país emite noticias como para no reflexionar sobre lo relevante

    Pasmada, entre ataques de tos, miraba a los corresponsales internacionales atrincherados a 40 grados en la España cañí.

    Empezaba a mejorar cuando se muere María Teresa Campos, con ese nombre antiguo, santificado por la virginidad que nos asignaban a las mujeres para ir bendecidas por la difícil trayectoria que nos aguardaba. Las españolas de hace años, con gripe o desesperación, veían el mundo a través de ella, a quien se le entendía todo y además era mujer. Fue un referente periodístico que dirigió informativos y las primeras tertulias políticas, con sus trajes, su laca, sus supersticiones y su devoción por el ‘cristo cautivo’ de Málaga.

    Lo confieso, quiero ser periodista del corazón. Las prefiero a ellas

    De carne y hueso, con sus hijas dando la vara, y su ‘piticlín’ ensuciando su estupendo currículum, era de carne y hueso. Vi las exequias, o como se llame la concentración en los tanatorios, y pensé que el olvido empieza a ser una considerable y peligrosa epidemia.

    Me di el alta, salí al bochorno de septiembre después de varios chupitos de jarabe inocente para este mal bicho, y entonces escuché que había muerto María Jiménez. Lo confieso, quiero ser periodista del corazón. Las prefiero a ellas, rompiendo los telones del escenario, amando más de lo conveniente y luciendo esmeraldas, que los trajines existentes entre la Moncloa y Bruselas, donde el olvido no es que sea una epidemia, es una masacre.

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