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    Intimidad

    23 septiembre 2023 19:01 | Actualizado a 24 septiembre 2023 14:00
    Elena Moreno Scheredre
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    Aunque mis huesos apunten maneras de caminar hacia la vejez, conservo la esperanza de que esta divina rebeldía que poseo me mantenga combativa. Los llamados analógicos tenemos que prestar atención a los constantes cambios de postura, no solo gubernamental o lingüística, sino tecnológica.

    Si nuestra civilización hubiera seguido jugando a la canasta o al bridge, viendo películas de nazis que nos recordaran que el infierno es posible o haciendo chaquetitas para los nietos, el cerebro permanecería esponjándose y retrasando el olvido, pero el puñetero móvil, esa central social que maneja nuestras vidas, nos dio de baja de los clubes, las tertulias, las lecturas en voz alta.

    Y nos lanzamos en bolas a tirar las enciclopedias que los abuelos habían puesto en la estantería, para hacer sitio a Alexa, una portera que nos oye y sabe todo de nosotros. Quizás los analógicos, que llegamos tarde a esta verbena, tuvimos la suerte de intuir que íbamos a perder algo valioso; la intimidad. Y por eso, cuando escalábamos la demanda de la tecnología y los ordenadores nos pedían que nos suscribiéramos, que diéramos datos, que subiéramos fotos, nos quedábamos pelín paralizados y con la mosca detrás de la oreja, para posteriormente abandonarlos murmurando insultos.

    Ya es tarde para poner puertas al campo, todos hemos entregado nuestra vida social, nuestros datos, gustos, sueños y contradicciones

    La inteligencia artificial, exenta de dudas, pasiones y vicios, tres cosas que nos llevan por la vida jadeando, pero que aunque parezca contradictorio, nos orientan, es capaz de todo. Sin moral y sin escrúpulos, ni católica ni luterana, escupe sin pausa aplicaciones que devoran, entre otras cosas, la intimidad, una tragedia sin límites.

    Casi la totalidad de nuestros jóvenes lo han entregado casi todo a las redes, incluso antes de saber lo que significaba lo que iban a perder. De nada sirvieron las advertencias de los analógicos, que sin saber, sabíamos que no era bueno ponerse en el escaparate. La noticia de esas niñas que se han visto en las redes con cuerpos prestados y en actitudes de ofensiva entrega han conmocionado a una zona de Extremadura. Ellas cargan, de momento, con una culpa imprecisa y una vergüenza pegajosa de la que les resultará difícil desprenderse. Con el tiempo y la cantidad de tontos sin oficio ni beneficio que poseemos en este país, hablen en el idioma que hablen, es probable que la epidemia se extienda. Ya es tarde para poner puertas al campo, todos hemos entregado nuestra vida social, nuestros datos, gustos, sueños y contradicciones, pero mi consuelo es que la mayoría de los analógicos, salvo una vecina que me dijo que se ‘ciberenamoró’ hace unos años, no hemos perdido la intimidad. Al loro con esto.

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