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    Intransigencia, intolerancia y golpismo

    18 diciembre 2022 20:32 | Actualizado a 19 diciembre 2022 06:00
    Josep Moya-Angeler
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    Perseguido por la crueldad de los “agentes especiales” que lo buscaban para matarlo en el avispero de París, el coreano Ung-no Lee, que promovía la reunión de las dos Coreas, proclamaba que «el poder corrompe». La policía francesa lo escudó, amparándose en uno de los tres pies que sostienen aquel país, la fraternité. Lee tardó en morir, en el lecho, pero sus palabras iluminan a muchos.

    El poder corrompe no solo «metiendo la mano en la lata», la caja del dinero, como dicen los argentinos, sino pervirtiendo la democracia. Una vez en el poder, o intentando alcanzarlo, la democracia molesta y no hay camino más directo y fácil que corromperla también. Eso que decíamos hace años que era un comportamiento de república bananera, ahora nos alcanza a nosotros. Es el insaciable triunfo negro de los que se amparan en la mal llamada derecha. No entienden que ser conservador –lo son en realidad los agricultores, los ganaderos, los que tienen oficios y negocios de corto alcance pero de primera necesidad social– es querer mantener un sistema que funciona.

    Actualmente, se amparan en la palabra «derecha» e incluso en la de «centro» quienes quieren asaltar el poder para hacer y deshacer a sus anchas. Y eso ocurre con la aquiescencia de gente de buena fe pero quizás equivocada y ciudadanos mal informados desde el poder de muchos medios de comunicación. Goebels fue un maestro y tiene muchos discípulos.

    Esto ocurre en Estados Unidos, es evidente, en Rusia, y en otros grandes países y también en pequeños. La democracia sólo sirve para sus deseos e intereses. Y en España también prospera la impaciencia de los que desean lograr el poder por las urnas, sí, pero no les iría mal hacerlo por la fuerza. Porque el poder engendra actualmente intolerancia e intransigencia, palabras que esconden el no aceptar a los demás y por tanto no respetarlos, y no permitir ni si quiera su existencia. La intransigencia y la intolerancia son expresiones máximas del egocentrismo y del egoísmo, la parte incivilizada de la mente humana que algunos no sólo no las dominan sino que estimulan sus más negras consecuencias.

    El poder corrompe no solo «metiendo la mano en la lata», la caja del dinero, como dicen los argentinos, sino pervirtiendo la democracia

    El Congreso de los Diputados es en estos momentos, y cada día más, el escenario de estas vergonzantes actitudes que parten no ya de la destrucción de la fraternité sino del mero y exigible respeto hacia los demás, un concepto occidental consolidado desde la cultura cristiana. No se acepta a quien no piense como uno mismo. Se pierde así una de las claves de la convivencia y la oportunidad de escuchar a otros, reflexionar e incluso aprender. Hay diputados vociferantes que se han saltado todas las normas del parlamentarismo, es decir del principal atributo humano que es parlamentar, dialogar, convivir. Hasta un diario conservador como La Vanguardia ha clamado con expresiones como «crisis institucional muy grave», «La democracia camina por el borde mismo de un abismo de lava ardiente» y «¿Se pretende encharcar con un llamamiento a la insubordinación de los aparatos del Estado?».

    Si nos preguntamos a qué responde era iracunda actitud no hallaremos respuesta en el concepto de democracia, sino en la ambición de ostentar el poder, que es una oscura cueva de tesoros-cargos y tesoros-dinero, sí, pero también de servicio ciudadano, pues son los ciudadanos quienes deciden quién ha de administrar sus bienes.

    Estamos ante una situación pregolpista que si no llega a las manos es porque el Ejército ya no es un nido de «salvadores de la patria»

    Estamos ante una situación pregolpista que si no llega a las manos es porque el Ejército ya no es un nido de «salvadores de la patria» que cree que en sus manos está el futuro del país porque en sus manos están las armas. Es una situación en la que ni el jefe del Estado ni la autoridad supranacional, la Unión Europea, dicen nada todavía. El Rey no responde a su obligación regulada en el artículo 5 de la constitución en donde se dice que que «su figura arbitra y regula el funcionamiento regular de las instituciones». La UE da ejemplo metiendo en la cárcel a su vicepresidenta, pero no se atreve a decir claramente que democracia es mucho más que poner urnas cada cuatro años. Que es aceptar y respetar las decisiones de sus ciudadanos, entre otras cosas.

    Mientras, es esos ciudadanos, que son respetuosos en general, contemplan atónitos cuanto ocurre en la arena política. La gente de bien quiere y busca la prosperidad, el bien de todos y la satisfacción de saber que el entendimiento es la clave de nuestra existencia. Y la clase política no responde, en estos momentos en algo tan sencillo y virtuoso.

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