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La otra jornada de reflexión

26 junio 2022 07:41 | Actualizado a 26 junio 2022 07:43
Dánel Arzamendi
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Nuestro sistema electoral prevé una serie de limitaciones a los candidatos durante el día previo a la votación, conocido habitualmente como jornada de reflexión. Con el objetivo de que los electores puedan valorar su decisión sin recibir ningún tipo de influencia partidista, el artículo 53 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG) prescribe que a lo largo de esa víspera no pueda «difundirse propaganda electoral ni realizarse acto alguno de campaña electoral», bajo pena de prisión de tres meses a un año. Esta trasnochada regulación, similar a la de otros países europeos pero no a la de Estados Unidos, parte de una visión paternalista y un concepto antiguo de la forma en que nos informamos, totalmente alejado de la realidad actual. Supongo que algún día aparecerá alguien con el suficiente sentido común para plantear la eliminación de esta bobada.

Ciertamente, frente a la esterilidad de la jornada que la ley prevé para los que votan, existe otro día de reflexión mucho más interesante, relevante y necesario, que puede alargarse durante semanas o meses, en este caso protagonizado por los que son votados (o no votados) y que comienza en el momento de cerrarse las urnas. Sin duda, nos encontramos ante un período temporal en el que las personas y organizaciones que se han presentado a los comicios deben detenerse para reflexionar sobre el resultado de los mismos y extraer las conclusiones pertinentes de cara al nuevo mandato.

Puede que Ayuso entusiasme a los incondicionales de la derecha, pero es en el centro político donde el PP pesca electoralmente al por mayor

Hace un par de semanas escribí en estas mismas páginas que el signo de los tiempos apuntaba a un cambio en el sentido del viento electoral, y el escrutinio de las recientes elecciones andaluzas, avasalladoramente ganadas por el Partido Popular, parece confirmar este diagnóstico. El acierto en el pronóstico no tuvo especial mérito, porque el cien por cien de las encuestas lo preveía, aunque no todas lo hacían con la contundencia que pudimos comprobar el pasado fin de semana. Al margen de que las urnas hayan tratado mejor a unos o a otros, en mi opinión, todas las candidaturas participantes deberían detectar las lecciones que se derivan de este resultado, y en este sentido, me permito sugerir algunos comentarios.

PP. Algunos podrán pensar que un triunfo histórico como el del pasado domingo haría innecesaria cualquier tipo de reflexión interna en el caballo ganador. Todo lo contrario. Supongo que somos muchos los que llevamos meses escuchando a diversos opinadores de perfil conservador, que han puesto como ejemplo de éxito autonómico a Isabel Díaz Ayuso, entronizándola como el faro que debería guiar los futuros pasos de Génova. Más bien, frente a la mayoría simple de los populares en la cámara madrileña, han sido otras dos las grandes comunidades donde este partido ha arrasado a nivel autonómico, la Galicia de Alberto Núñez Feijóo y la Andalucía de Juanma Moreno, con una propuesta de tintes claramente moderados en ambos casos. Puede que Ayuso entusiasme a los incondicionales de la derecha, pero los hechos demuestran que es en el centro político donde el PP pesca electoralmente al por mayor.

PSOE. Para desgracia de la izquierda, no es sólo que los populares hayan logrado mayoría absoluta, sino que los socialistas además han menguado el ya escuálido resultado de hace cuatro años. Sin duda, los líderes progresistas andaluces deberían comenzar a tratar a su electorado como a adultos, y asumir que la filiación socialista de sangre no es un cheque en blanco de carácter perpetuo, que pueda reclamarse al margen de una gestión más o menos eficiente de los servicios públicos. En tiempo críticos como los que se nos vienen encima, ser de los unos o de los otros puede no ser un factor definitivo para una gran bolsa de votantes, que reclaman eficacia por encima de todo. Y parece evidente que, en esta asignatura, los socialistas necesitan mejorar. A nivel andaluz y, probablemente, también a escala estatal.

Ciudadanos: Dales, Señor, el descanso eterno, y brille para ellos la luz perpetua.

VOX. Aunque ha aumentado su número de escaños, los resultados de la extrema derecha han quedado lejos de las optimistas expectativas que sugerían algunas encuestas. Afortunadamente, parece confirmarse que el partido ultra tiene un techo difícilmente superable, al menos a corto plazo. Y eso que Juanma Moreno arriesgó su flanco de estribor con un PP en clave nítidamente centrada y moderada, lo que aparentemente ponía en bandeja una ampliación de la base electoral potencial del partido de Abascal. El escrutinio del pasado domingo parece confirmar, gracias a Dios, que avivar los miedos y los bajos instintos de la población permite lograr una respuesta positiva de forma transitoria, pero no es suficiente para cimentar una propuesta seria, mayoritaria y sostenible en el tiempo.

PA+AA. Por último, algo parecido puede decirse de la extrema izquierda. Es posible que los lemas pancarteros lleguen de forma rápida y dulce a los oídos de grandes capas de la ciudadanía, pero cuando las cosas pintan mal, lo prioritario para la inmensa mayoría de personas es la preparación, la rigurosidad y la solidez, todos ellos factores antitéticos a la imagen que transmite el magma político que orbita alrededor de UP. En este sentido, la jaula de grillos que se ha organizado entre las candidaturas de Por Andalucía y Adelante Andalucía es exactamente lo contrario de lo que busca un elector que mira al futuro con inquietud. Si el edificio en el que vivimos amenaza con colapsar, lo normal es que votemos como presidente de escalera a quien veamos capacitado para garantizar la solución del gran problema que tenemos delante, no a quien nos caiga mejor. Aunque haga «cosas chulísimas» como Yolanda Díaz.

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