Nuestra medalla invisible

Tenemos 10.000 compatriotas que gozan de protección jurídica si robaran

19 mayo 2017 18:26 | Actualizado a 21 mayo 2017 16:51
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Quienes los han contado bien aseguran que España es líder continental de aforados que no es por supuesto una licencia para matar, pero sí para no tener remordimientos de conciencia porque otros se mueran de hambre a plazos. Somos un país diferente, incluso a él mismo. Si hubiera una medalla de oro al aforamiento seríamos los indiscutibles vencedores. En Alemania, que sigue tirando del renqueante tren europeo, no hay ni un aforamiento y en Portugal y en Italia solo está aforado el presidente del Gobierno. Repito estos datos porque aquí siempre es oro lo que reluce y tenemos nada menos que 10.000 compatriotas que gozan de licencia, no para robar, sino para tener protección jurídica si robaran. Nos quedan apenas dos meses para tener un plan presupuestario que se ajuste a las metas de déficit que Bruselas nos ha impuesto, ya que allí creen que en España también corre el tiempo en agosto. Se equivocan porque aquí no corre ni una ráfaga de aire fresco y el que corre se debe a los capotes de José Tomás y de el Juli, que se han inventando una rivalidad imposible.

Más difícil lo tiene el Ministerio de Hacienda, que no somos todos, pero sí algunos más que otros. Moncloa insinúa la amenaza de no presentar un plan presupuestario si no hay investidura. Hacienda, que es infatigable porque no le cansa ver cómo sudan los contribuyentes, ya prepara los números. Hace falta recaudar 6.000 millones más, tal como previó el Gobierno, pero para eso es necesario no sólo modificar la legislación de sociedades, sino modificar nuestras costumbres. Los expertos nos avisan, pero la mayoría de ellos se están bañando, aprovechando que la experiencia no encoge. Lo que sea sonará, pero a veces el eco se anticipa al estruendo. No hay que prever zodiacos funestos, pero sí verlas venir para que no nos cojan de sorpresa ni siquiera a los más insensatos, entre los que siempre ha figurado. Más que nada porque detesto el aburrimiento. Aunque no crea en el concepto de pecado, me parece un pecado. El único imperdonable.

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