Otro paso hacia la igualdad

Desde este primero de año, los permisos de nacimiento para padres y madres son iguales y duran 16 semanas. La medida simboliza evidentemente un criterio avanzado según el cual el nacimiento de un hijo genera responsabilidades semejantes en ambos progenitores, de forma que la mujer no tiene por qué salir damnificada del trance, ni personal, ni social, ni laboralmente. Para que prevalezca esta garantía de equidad, los permisos, que se remuneran con el 100% del salario, son intransferibles, o sea que si un progenitor no lo disfruta, se pierde.

La postergación de la mujer en el ámbito laboral, cuyas expresiones más detestables son la brecha salarial que aún pervive y la dificultad para ascender, siempre debida a argumentos subjetivos, tiene profundas raíces sociológicas, emparentadas con la violencia de género y con el machismo persistente que ha expandido entre nosotros la cultura judeocristiana desde los siglos de los siglos. Por consiguiente, la equiparación de la mujer con el hombre requiere, además de las medidas que puedan considerarse de discriminación positiva, un esfuerzo colectivo de razón y de voluntad.

Sin este cambio en el terreno de la educación, del formalismo social, de la mentalidad empresarial, será difícil que los mecanismos institucionales tengan su efecto, por muy bien intencionados que sean.

Ocurre lo mismo con los derechos de los colectivos LGTBI: la equiparación y dignificación de estas personas ya está en la ley pero siguen cometiéndose discriminaciones injustas y delitos de odio a mansalva, a causa de la pervivencia de oscuros resquemores de resonancias bíblicas y de orígenes medievales, acrecentadas además por las actitudes de ciertos partidos.

El antídoto de la discriminación es la cultura, en las distintas acepciones de la palabra, y el Estado debe desempeñar un papel difusor y garantista de que la cultura se extienda y obre el prodigio de la igualdad.