Rusia ha vuelto

Esta política de Moscú en la región tiene unos tres siglos y no es soviética, sino rusa

19 mayo 2017 21:29 | Actualizado a 22 mayo 2017 12:12
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Es notable que una crisis formalmente extraeuropea, aunque sus consecuencias sean colateralmente relevantes para Europa, esté siendo la causa de lo que ya es un regreso explícito de Rusia (técnicamente la Federación Rusa) al escenario mundial reivindicando una condición de gran potencia. Perdido tal estatus con el fin oficial de la guerra fría y el rumbo impuesto por la gestión de Mijail Gorbachov y Boris Yeltsin, Rusia había cedido a la fuerza, además de su viejo imperio en el Este, su condición de primera potencia mundial a ciertos efectos. Hoy un tal Vladímir Putin intenta recuperarla: Rusia está de vuelta .

El lector ya ha adivinado que hablamos de Siria. En efecto, Moscú, con lo que parece una masiva aprobación de la Duma y muy considerable de la opinión, ha optado, asumiendo riesgos por atender sin vacilar su condición de viejo aliado del régimen sirio, por correr en su auxilio político y militar (con resultados relevantes en nueve días de acción de su fuerza aérea) y prueba con su conducta qué clase de reacción suscitará en Occidente. Y disponemos desde el lunes de una respuesta: aceptación resignada del recurso al pragmatismo que significa dar la batalla a un enemigo común el islamoterrorista Daesh, matices imposibles de traducir en la alambicada prosa de la UE y algo parecido a la incomodidad que se registra en ciertas bodas de tronío a las que se debe acudir a sabiendas de que hay invitados indeseables e incómodos.

Es la hora, también, de recordar algunas cosas, singularmente una que se olvida siempre: a Putin lo encumbró trayéndole desde San Petersburgo a la todopoderosa Administración Presidencial (el genuino Gobierno político de Rusia) Boris Yeltsin, al que Occidente recuerda con gratitud porque desmanteló la URSS, con la previa anuencia de Gorbachov, introdujo le economía de mercado y se cristianizó ostensiblemente. Hubo, según se comprobó entonces, ‘dos Yeltsin’ al menos y el último, acorralado durante su breve segundo mandato debió dimitir el 31 de diciembre de 1999, pero tras haber aupado a Putin, nombrado primer ministro en agosto de ese año y mencionado abiertamente como su preferido y su delfín. Se puede escribir sin mucho temor a equivocarse que Vladímir no está revirtiendo la obra de Yeltsin, sino buscando remediar lo que bastantes en Rusia juzgaron como capitulaciones innecesarias.

Esta política de Moscú en la región, por lo demás, tiene unos tres siglos y no es soviética, sino rusa, que no es lo mismo. Ningún zar permitió que un islam expansivo amenazara su presencia en Asia menor u oriental, el viejo hinterland y es una tradición de la diplomacia de Moscú atenderla y de los sabios occidentales, y hay muchos, olvidarla. Es una tradición, sí y como dijo el mejor biógrafo de Carlos V, Kart Brandi, «hasta la teología es tradición». De modo que el dúo OTAN-UE, rindiéndose al peso de la historia, ha hecho lo adecuado.

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