La profesión de abogado es un poco de Dragon Khan. Gozo y sufrimiento, depresión y euforia, vértigo y adrenalina. En definitiva, subidas y bajadas continuas. Quizás sea por eso que cada cuatro años los letrados españoles se reúnen en congreso, bajo los auspicios del Consejo General de la Abogacía Española (CGAE), para reflexionar sobre el Derecho en general y la profesión en particular.
Sus conclusiones son enviadas a los poderes públicos concernidos, y algunas dan pie a ulteriores reformas legislativas.
Los congresos suelen proporcionar un triple beneficio al abogado. De un lado, como foro de discusión y de puesta en común de conocimientos y experiencias. De otro, como instrumento para favorecer la relación con compañeros de otros lares jurídicos, y para fomentar la vertiente comercial de la profesión. Y es que el buen paño ya no se vende en el arca como antaño, hay que sacarlo y exhibirlo. Por último, sirven también para descansar, combatir el estrés y -¿por qué no?- hacer algo de turismo... si el bolsillo lo permite.
Y esta tradición congresual es centenaria, con varios momentos destacados. El I Congreso, celebrado en San Sebastián (1917) en el contexto de una Europa devastada por dos jinetes del apocalipsis: la Primera Guerra Mundial y la llamada gripe española.
El IV Congreso (León, 1970), que hizo historia, pues supuso la reanudación de los encuentros y la entrada de incipientes vientos de libertad. Y el V Congreso (Palma de Mallorca, 1989), donde se pusieron las bases para pasar el Rubicón de una organización marcadamente personalista liderada por Antonio Pedrol Rius, a otra plural y democrática.
Y así llegamos al XIII Congreso, organizado por el Consejo en colaboración con los colegios de abogados de Tarragona, Reus y Tortosa, que ha tenido lugar los días tres a cinco de este mes a casa nostra, en concreto en el Centro de Convenciones de Port Aventura. La cita, a la que acudieron más de 1.500 letrados de toda España, ha dejado elementos que mueven a reflexión.
Llama la atención, de entrada, que el de Tarragona haya sido el primer Congreso celebrado en tierras catalanas. ¿Casualidad, causalidad? La verdad es que tradicionalmente la relación entre abogados catalanes y del resto de España ha sido fraternal, próxima y colaborativa.
Y el peso específico de los primeros en el colectivo no ha sido menor, como lo prueba que el CGAE estuvo presidido por abogados del Principado (Pedrol Rius y Eugeni Gay) durante largo tiempo (1972 a 2001). Razones de justicia y la conveniencia de tender puentes aconsejaban hacerlo aquí.
Fue esperanzador visualizar el protagonismo de las abogadas en el evento. La casi totalidad de las personas que intervinieron en el acto inaugural eran mujeres: Victoria Ortega, presidenta del Consejo, Estela Martín, Encarna Orduna y Marta Martínez, decanas de los colegios de abogados coorganizadores, Pilar Llop y Gemma Ubasart, Ministra y Consellera del ramo. Incluso la presentación corrió a cargo de una mujer, nuestra Montse Adan. Y es que, por fortuna, el empoderamiento de la mujer en la sociedad occidental es una revolución en marcha imparable.
Una preocupación del colectivo es el colapso de la Justicia, entendido no en su acepción de retraso, sino como sinónimo de derrumbe. ¿Causas?: a la tradicional depauperación del servicio, se suman hoy las huelgas generalizadas de varios cuerpos judiciales, un Consejo del Poder Judicial que no se renueva por el trágala de una opción política, y las secuelas de la pandemia. Ante esa situación es lógica la inquietud de los abogados, pues es el mar donde faenan para obtener el sustento y cumplir su papel de garantes de los derechos ciudadanos.
Es por eso que el tema estrella del Congreso fue fomentar la cultura del acuerdo, como método para eludir los tribunales y descargarles de trabajo. O sea, el viejo adagio popular de que es mejor un mal acuerdo que un buen pleito.
En ese sentido se planteó la figura del abogado neutral que, aunque parece un oxímoron, busca que un solo letrado medie entre dos partes para solucionar su conflicto. Nada nuevo bajo el sol. Desde la noche de los tiempos los despachos de abogados han sido en realidad verdaderas fábricas de desactivación de conflictos.
Y es que el abogado, si puede, trata de curar la enfermedad de su cliente con una simple pastilla, en lugar de abrirle la barriga para operar. La presidenta del Consejo propuso, además, un pacto de Estado para solucionar el colapso, una frase muy recurrente y difícil de aplicar en un contexto donde las fuerzas políticas, en lugar de pactar, se zahieren.
En cuanto a las intervenciones de los congresistas, hay que destacar la magistral conferencia de Miquel Roca Junyent, («tenemos la mejor profesión del mundo», «no hay Estado de Derecho sin abogados»...), seguramente el abogado de mayor peso específico de nuestro país en la actualidad.
Excelente la charla sobre abogacía neutral de Pascual Sala Sánchez, un magistrado que tras ocupar la presidencia de todas las cúpulas judiciales de nuestro país (Supremo, Constitucional y CGPJ) hoy es, a los 87 años, socio offcounsel del despacho Rocajunyent. Y muy buena también la conferencia que sobre la prueba digital dio el letrado Andreu Van den Eynde, con el móvil y Alexa como utensilios domésticos cargados de prueba digital.
Se aprobaron 44 conclusiones y se evidenció una nueva realidad: para ejercer la abogacía hoy no basta con estar preparado jurídicamente, es necesario dominar también las nuevas tecnologías.
Me dolió que el alcalde de mi ciudad, Tarragona, diera la espalda al Congreso, pese a que estaba organizado por el Colegio de Abogados de su ciudad y que se celebraba en su Partido Judicial.
Desaprovechó la ocasión para vender su ciudad a los más de 1.500 juristas congregados y explicarles que el derecho civil que aplican en su cotidianeidad profesional está basado en el Derecho Romano, de cuyo imperio la vieja Tarraco fue capital de una de sus provincias, la Hispania Citerior, y hoy es Patrimonio de la Humanidad. Cuando unos abandonan un territorio, otros lo ocupan. El alcalde de Salou sí asistió, pero puso el foco en su ciudad, como capital de la Costa Dorada: «playas, vino -muy cerca- y paseo de ronda».
¡Ah, se me olvidaba! El logo del congreso fue un homenaje a los castells: una A mayúscula alargada, con numerosas personas haciendo pinya en la base, otras subiendo por los laterales y un niño haciendo de anxaneta en la cúspide.
Fue una buena experiencia, la verdad.